Amor por las barras y estrellas
Existe una tendencia
preocupante en el cine made in USA
contemporáneo, la de centrarse en una figura heroica y ensalzar sus virtudes,
no sus defectos, para sostener un panfleto en pro de la bandera norteamericana.
Una especie de llamamiento a las armas y la concienciación patriótica de una
nación que siempre ha disfrutado con este tipo de ejercicios propagandísticos,
pero que ahora parece estar arrastrando consigo a cineastas del más alto
calibre, con la idea de que así el discurso llegará más alto y más lejos.
“Hasta el último hombre”
–una traducción del “Hackaw Ridge” original que potencia aún más si cabe sus
intenciones- es otro ejemplo más de esta corriente moderna. No es más que otro
folleto del tío Sam sobre la gloria americana, en este caso centrado en el
relato de un hombre que se negó a usar armas durante la II Guerra Mundial, y
que fue capaz de salvar vidas pese a no llevarse consigo ni una sola vida.
Pero hay una
característica diferenciadora fundamental en la que nos ocupa que la hace
distanciarse de otras propuestas recientes, como los dos fallidos intentos de
Clint Eastwood de congratularse con la bandera de su país, “American Sniper” y “Sully”,
y es que tras la cámara se sienta todo un animal de la realización capaz de
vendernos con suma facilidad el american
way of life.
Sí, aquí sigue habiendo
escenas que invitan al respetable a sonrojarse, como la del manotazo a la bomba
o la exaltación de la figura del héroe como único reducto de las tropas hacia
la victoria antes de la batalla final. Y sigue existiendo ese empeño por humanizar
al protagonista con un tramo inicial repleto de ingenuidad –tanto como la cara
de un Andrew Garfield que a veces acierta en sus expresiones, y otras veces
sigue siendo el mismo chaval bonachón y con cara de memo al que nos tiene acostumbrados- y un
desconcertante sentido del humor. Pero Mel Gibson sabe cómo imprimir de enorme
potencia sus imágenes, sabe servirnos en bandeja algunas de las escenas bélicas
más salvajes y sangrientas de los últimos tiempos, y sabe perfectamente cómo no
convertir la vena patriótica en un circo bochornoso, de esos que dan vergüenza
ajena. No siempre lo consigue, pero cuando se distancia de ella, el conjunto
remonta.
Pero no nos engañemos.
Esto sigue siendo cine propagandístico. Uno bien articulado y a ratos
disimulado, pero propagandístico al fin y al cabo. Y es aquí donde tiene su
arma de doble filo. Porque los que no conjuguen con este amor exacerbado hacia
las barras y estrellas, la odiarán. Los que prefieran quedarse con la parte
cinematográfica, disfrutarán del enorme trabajo de dirección de uno de los más
grandes cineastas silentes del Hollywood actual.
A
favor: las escenas bélicas y la labor de dirección
En
contra: que la dirección no consiga tapar en muchas
ocasiones su condición de cine propagandístico
Calificación ***1/2
Merece mucho la pena
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