Love Story
Esto es una historia de
amor. De esas de chico conoce a chico. De las de chico pierde a chica por su
mala cabeza. De las de chico debe recuperar a la chica. Y del valor del amor
por encima de todo, por encima de la apariencia física y las adversidades que toda
mutación personal pueden conllevar. Salpicada de hemoglobina y sesos, y con el
sonido de los huesos rotos como leit
motiv musical, pero una historia de amor al fin y al cabo. Porque un film
que abre con el “Angel of the morning” de Juice Newton, que acompaña a una de las
mejores secuencias de créditos de los
últimos tiempos, y cierra con el “Careless Whisper” de Wham!, no puede más que
tratar sobre el amor.
Pero sobre todo,
"Deadpool" es una historia de amor hacia un personaje que, seamos
claros y sinceros, no es que fuera de los más populares de Marvel ni el que
tuviera las mejores tramas. Y en ese sentido, su traslación a la gran pantalla
no podría haber sido más fiel. Porque si algo le pesa a la película de Tim
Miller es que el guión es más básico que el mecanismo de un chupete -en materia
de villanos, desarrollo,... todo-, y el contar buena parte de su historia a
través de flashbacks que rompen la linealidad de una historia ya de por sí
plana. Eso unido a unos medios económicos que cantan demasiado en más de una
ocasión.
Pero poco importan
estos detalles, pues lo demás es puro amor hacia un anti héroe en cuya
traslación al séptimo arte -olvidemos aquella cosa llamada "Lobezno",
de la que aprovecha para reírse cuando tiene la ocasión- se ha respetado el
espíritu del original creado por Stan Lee. Es deslenguado, descarado, soez, un
amante de la violencia que lo mismo hace un chiste siguiendo una fórmula tan
básica pero efectiva como la del caca-culo-pedo que parodia otros títulos a su
antojo -que nadie se levante tras los créditos, por favor. Es decir, humor de
todos los grosores y colores. En definitiva, un cachondo mental cuya
transformación en ese guasón que conocemos quizá sea un tanto precipitada y
poco justificada -otra vez el guión-, pero que asegurará dos horas de puro
entretenimiento y risas. Sin más.
Y también, por qué no,
es la catarsis definitiva de un buen actor como Ryan Reynolds, al que sin duda
le lastra su mala pata a la hora de elegir proyectos. Con esta película, en
cuya promoción y gestación ha puesto todo, y más, de su parte, ya puede por fin
quitarse de encima esa etiqueta de lastre para la industria y de intérprete
mediocre que muchos se empeñan en colgarle del cuello. Sólo por esa carta de
amor cinematográfica que manda al personaje, ya merece la pena verla. Y qué
diablos, porque durante sus dos horas mola un huevo.
A
favor: que traslada fielmente el espíritu de su
protagonista a la gran pantalla
En
contra: que precisamente ese espíritu trata de tapar un
guión no demasiado brillante en el fondo
Calificación ****
No se la pierda
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