viernes, 12 de junio de 2015

LA CRÍTICA. Jurassic World

Más dientes
En “Parque Jurásico”, Steven Spielberg articulaba un doble mensaje subliminal en medio de tanta acción prehistórica. Por un lado, apostillaba su condición de Rey Midas a través de ese ambicioso John Hammond con aspiraciones divinas hacia la madre naturaleza, convirtiendo la propia película en su gigantesco parque cinematográfico personal. Y por el otro, dejaba claro que no se debe jugar con el pasado, y mucho menos intentar revivirlo una y otra vez, algo en lo que incidiría con mayor énfasis en su infravalorada primera secuela.

Colin Treworrow ha entendido a la perfección ese discurso, y lo lleva más allá en un inteligente ejercicio metalingüístico. Sigue habiendo seres humanos jugando a ser dioses, a experimentar con las especies y parir auténticas máquinas de matar fuera de su propio tiempo y hábitat naturales. Pero además, para él Hollywood es un colosal parque temático perdido en remakes, secuelas, precuelas, spin-off y adaptaciones de superhéroes a la gran pantalla, donde lo importante es reciclar viejas tendencias y servirlas como innovadoras para seguir arrastrando al público a los cines.


Así, su “Jurassic World” se transforma en un reflejo del cine actual, un cine que pide más grandeza, más espectacularidad y más, muchos más dientes. El concepto del cine mainstream que propone el cineasta no es nada puntero, ni lo intenta. Se conforma con ofrecer diversión y entretenimiento sin cortapisas, y en ese sentido el resultado es impecable. Buena dirección, buenos actores –esta vez no dan ganas de echar a los niños a los dinosaurios-, efectos especiales utilizados con cabeza, al servicio de la historia, y muy creíbles en la mayor parte de sus escenas –otras no, pero es un mal de la era tan plástica que vivimos-, un guión solvente en el que sus posibles escollos –alguna subtrama no del todo explicada, como los intereses del personaje de Vincent D’Onofrio- y una banda sonora con la que Michael Giacchino recoge de manera contundente el testigo del gran John Williams.


Y muy importante, que este nuevo parque supone un salto de Indominus Rex con respecto a la anterior entrega de la franquicia –incluso se burla de ella de manera indirecta en la escena del aviario-, y está prácticamente a la par que la segunda, aunque sin la magia de Spielberg tras la cámara, aunque tampoco le hace falta para funcionar. Y todo ello a pesar de alguna que otra salida de tono –la escena del friqui de los dinosaurios, o el excesivo acto final sobrecargado de buenas intenciones animales- que se olvida en cuanto captamos las incontables referencias a sus predecesoras. Éste es el parque que nos merecíamos desde que abriera sus puertas hace 22 años. Ésta debió ser la tercera entrega. Merecíamos lo que nos da. Más dientes.

A favor: su concepto del cine como un gigantesco parque temático en el que divertirse
En contra: alguna salida de tono y el excesivo acto final

Calificación ****
                                                                        No se la pierda

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