Me masturbo, luego existo
“Sí, no lo puedo negar.
Este sonido me pone el rabo como una piedra”. Así de contundentes son las
primeras palabras que Don Jon dedica al espectador. Un Don Juan con todas las
de la ley. Un joven atractivo y seductor al que no le importan pocas cosas en
la vida: su familia, su casa, su coche, su cuerpo, su iglesia, su familia, sus
chicas,… y su porno. Puede tener a la chica que desee, y de hecho cada noche su
cama recibe a una huésped diferente. Pero ninguna le otorga la misma
satisfacción que sus diosas virtuales. Ni siquiera la chica soñada, esa chica
10 que tiene las sinuosas curvas de Scarlett Johansson.
“Don Jon” es,
posiblemente, la comedia más sincera y directa de los últimos tiempos, una
propuesta masturbatoria y realista sobre los tiempos que corren, marcados por
la facilidad de fantasear con sólo hacer un click. Tiene menos tapujos que la
verborrea de la que hace gala su protagonista, habla sin miramientos sobre la deshumanización
de la iglesia, la familia y las relaciones personales. Don Jon y los que le
rodean están repletos de clichés, pero lo más triste, y lo que puede molestar a
más de uno, es que existen realmente. Esa forma tan vejatoria y machista de
tratar al sexo opuesto, y esa idealización del amor de ellas, es tremendamente
realista.
Y el problema que tiene
su protagonista también lo es. La adicción a ese sexo que distorsiona la realidad otorgado por el porno no es más que el culmen de la sociedad de la
desconexión, de la incapacidad para intimar de una especie que ha sustituido el
tú a tú por el intercambio de mensajes instantáneos gratuitos. En ese sentido,
sorprende el camino que toma la propuesta, una vez pasa de ser una comedia
contada con una efectiva agilidad –ayuda a ello su montaje, que a alguno le
podrá parecer repetitivo, pero necesario, y un magnífico secundario
interpretado por Tony Danza- a un film con algo que contar, y que en su
discurso recuerda a la notable “Shame”.
Pero, sobre todo, “Don
Jon” demuestra que Joseph Gordon-Levitt es un todoterreno, y no sólo ante la
cámara. Su dirección no es perfecta –no hay aún un sello personal, ya que
hablamos de un debut, con las
limitaciones que ello conlleva-, y tampoco su guión –se echa de menos más
desarrollo en algunos de sus personajes, como el de la siempre estupenda Julianne
Moore-, pero al menos tiene algo que contar. Con esto ya consigue más que
muchos actores que se sientan al otro lado de la cámara. Una ópera prima que
augura una carrera a seguir muy de cerca, aunque sea por encontrar el orgasmo
que sólo el onanismo cinematográfico, apto o no, puede proporcionar.
A
favor: su sinceridad y que su director tiene algo de qué
hablar
En
contra: habrá quien la tache de misógina, y quien se sienta
ofendido por ello; una estructura necesariamente repetitiva
Calificación: ***1/2
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