Libertad, igualdad, fraternidad
Fantine, arrojada a la miseria
del Montreuil del primer cuarto del siglo XIX, se ve obligada a vender su
cabello, sus dientes, su cuerpo y su dignidad para sacar adelante a su pequeña
Cosette. Una vez a solas, cuenta su historia de amor y abandono. La música
sube, suena “I dreamed a dream”, y los pelos se erizan. Un escalofrío recorre
todo el cuerpo y la piel se pone de gallina. Anne Hathaway ha hecho acto de
presencia y acaba de regalar el momento más memorable y álgido de la adaptación
del célebre musical “Los miserables”. Uno de esos instantes que merecen
alabanzas, premios, Oscar. Consigue transmitir el pesar de su personaje con su
voz, con sus gestos, con su mirada. Hathaway confirma lo que ya sospechábamos
los que nos fascinamos con su aparición en pantalla, que es una actriz enorme.
Suyo es el momento, y no volverá a repetirse.
A partir de entonces,
“Los Miserables” no vuelve a alcanzar esas cotas de magnificencia, aunque lo
que resta es más que digno. Otros números musicales, como el coral “One day
more”, son magníficos, pero en la película no están a su altura. E ignoro si es
así en la obra original, pues reconozco que nunca la he visto. Tan sólo conozco
la novela de Victor Hugo, y no se puede criticar el film en base a ella pues es
una adaptación del musical. Así que esta reseña es solamente sobre la película,
y en ningún momento los defectos de esta deben entenderse como arrastrados
desde la fuente original. No podría asegurar entonces si dichos defectos son
debidos a una adaptación incompleta o al hecho de que todo lo que queda bien
sobre los escenarios puede no resultar igual en la pantalla grande.
Pero lo cierto es que
su extensa duración, aquello que corre el riesgo de lastrarla por completo, es
una losa que acaba pesando, y mucho. “Los Miserables” se hace larga,
extenuante, y pierde fuerza hacia mitad de su relato. Es más bien una obra
operística, un drama cantado, que un musical al uso. No hay grandes
coreografías, puede hacerse plomiza a buena parte de los espectadores. Algunos
pasajes, como las motivaciones del desenlace final de Javert o el triángulo
amoroso del que sale perdiendo una ausente y nada aprovechada Amanda Seyfried,
están algo desdibujados sobre el papel y el montaje. Algunas decisiones de cast, como la de Russell Crowe, son
cuestionables no por su calidad vocal, sino por resultar demasiado estáticas en
pantalla con respecto a sus compañeros de reparto. La dirección tan correcta y british de Tom Hooper, con sus molestos
planos inclinados y su abuso del gran angular y los primeros planos, da la
talla a la hora de intimar con los actores, pero supone un error en unos planos
generales un tanto artificiales dominados, eso sí, por una dirección artística y técnica sobresaliente.
Y su tramo final, aunque alargado, es fugaz y un tanto precipitado.
Y pese a todo esto, el
espíritu del original es tan fuerte, sus canciones tan pegadizas, y me pirran
tanto los musicales, que casi todos estos pecados pueden ser perdonados. Porque
así lo vale un grandioso Hugh Jackman, el hombre que nació para interpretar
sobre las tablas más que para liderar a los mutantes de la Marvel. Así lo vale
el poderío de Samantha Barks, el vozarrón de Eddie Redmayne y los bufones Sacha
Baron Cohen y Helena Bonham Carter amenizando la función. Así lo vale ese pedazo
de actriz que se marca uno de los mejores números del género musical reciente.
Así lo vale este canto a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad, al amor,
de una sociedad a punto de estallar. Y porque tras salir de la sala de cine,
dan ganas de pagar la entrada y meterse en un teatro.
A
favor: Anne Hathaway y su “I dreamed a dream”; sin
palabras
En
contra: su extensa duración
Calificación: ****
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