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domingo, 10 de abril de 2011

Sidney Lumet (1924-2011)


Hace unos días se emitía en el canal MGM “Network. Un mundo implacable”, y tras muchos años he comprobado que su visión de la televisión, y del mundo en general, sigue vigente y es capaz de helar la sangre. Con esta obra maestra, Sidney Lumet nos abrió los ojos y nos contó lo que sabemos pero nos cuesta reconocer.

Maestro en el arte de dirigir actores, supo exprimir el talento interpretativo incluso de Vin Diesel en “Declaradme culpable”. Y es que Lumet comenzó en la interpretación. Sus padres eran actores y se subió a un escenario a los cuatro años, y actuó en diversos teatros judíos en Broadway, hasta que en 1947 comenzó a dirigir sus propias obras de teatro. Allí dirigiría a varios actores del Actor’s Studio como Elli Wallach o Yul Brynner, hasta que empezó su etapa televisiva.

Lumet debutaba en la dirección en televisión, y eso marcaría su posterior obra. Sus películas destacaban por su realización televisiva, como la de otros compañeros de generación como John Frankenheimer o William Friedkin, realizadores que se forjarían en la pequeña pantalla y despuntarían en los años 70, y por su magnífca mano para dirigir actores. En la televisión estuvo al frente del timón durante los años 50 de series como “Danger”, “You are there”, o “Studio One”. Uno de los episodios de esta última era “12 hombres sin piedad”, cuya adaptación al cine ansiaba Henry Fonda. El actor se convirtió en protagonista, y eligió personalmente a Lumet para dirigirla. 


“12 hombres sin piedad” marcaría el debut cinematográfico de un director que a partir de entonces fue tenido en cuenta en el mundo del cine. Por esta película ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín y su primera nominación al Oscar, y fue un éxito de crítica y público. Sin embargo, no tuvo demasiada suerte en sus siguientes títulos, pero conoció el éxito con “Larga jornada hacia la noche” –premio para sus cuatro protagonistas en Cannes: Katharine Hepburn, Jason Robards, Ralph Richardson y Dean Stockwell-, “El prestamista”, con el gigante Rod Steiger, y “King: A Filmed Record… Montgomery to Memphis”, documental sobre Martin Luther King codirigido junto a Joseph L. Mankiewicz.


Hasta que en 1973 llegó “Serpico”, con un inmenso Al Pacino, y su carrera volvió a despegar, perteneciendo a la Generación de la Televisión, que sentó las bases de la Generación de Hollywood formada por Lucas, Scorsese, Spielberg, Coppola y compañía, y que tuvo como representantes también a los desaparecidos Robert Mulligan y Arthur Penn. Le seguirían joyas como la sorprendente “Asesinato en el Orient Express” –atención a la genial caracterización de Albert Finney como Hércules Poirot-, “Tarde de perros” –de nuevo con Pacino-, y la citada “Network”.


Los 80 comenzarían bien con “El príncipe de la ciudad” y “Veredicto final”, pero a partir de entonces su carrera no fue como esperaba.  A este periodo pertenecen “Negocios de familia”, “Una extraña entre nosotros”, “El abogado del diablo”, “La noche cae sobre Manhattan” o “Gloria”, remake del film de John Cassavetes que pinchó en taquilla y entre la crítica, a la vez que volvía a la televisión. Hasta que, ya entrado en la ochentena, dirigió uno de los mejores filmes de los últimos años, “Antes que el diablo sepa que estás muerto”, donde contó de nuevo con Albert Finney. Su última película y un ejemplo de que seguía en plena forma.

Cinco nominaciones al Oscar y solamente una estatuilla, a modo honorífico, adornan una trayectoria majestuosa de más de 70 títulos y una vitalidad sorprendente con la que ha podido solamente un linfoma. Sidney Lumet nos ha dejado, y con él lo ha hecho el mejor cine protesta, las mejores interpretaciones del celuloide. Descanse en paz, maestro.

lunes, 6 de octubre de 2008

Clásicos en digital (I)

Asesinato en el Orient Express ****
(Murder on the Orient Express)


Si algo tiene la inmensa variedad de canales ofertados por las plataformas digitales es que puedes encontrar cualquier cosa, llámese película, serie o vídeo musical, de cualquier época y nacionalidad. Es la mejor alternativa a los canales en abierto, cuya programación cada vez es menos atractiva (ni la 2 de TVE se salva). En una noche de calor de un verano que parece no acabar nunca un servidor se encontraba incapaz de pegar ojo y comenzó a hacer zapping por la televisión digital. Llegado a Calle13 paré mi vista en un clásico que estaba comenzando y que no veía desde hace años, y al que no recordaba tan estimulante. Se trataba de “Asesinato en el Orient Express”, enésima adaptación de una novela de Agatha Christie acerca de su personaje más reconocido, el investigador belga (no francés, como creen muchos, incluso en la misma película) Hércules Poirot.

Para los que somos seguidores en parte de este tipo de narrativa, en la que incluyo los intrigantes y recomendables relatos del maestro Poe, puede parecer que “Asesinato en el Orient Express” es una de Poirot más, y especialmente por la trama. El título lo dice todo, y se lo debe al Expreso de Oriente, ese tren que tantas veces cambió de nombre y rutas a lo largo de la historia, y que incluso hoy en día sigue en activo, aunque ya no con tanto auge como en su misma concepción. A bordo de este lujoso tren ocurre un asesinato, y Hércules Poirot, quien está en él casi de pasada, pone todo su ingenio a trabajar mientras el expreso queda atrapado en medio de la nieve. Poco a poco irá descubriendo una compleja trama en la que todos los pasajeros pueden estar implicados y que guarda relación con un asesinato ocurrido años antes y el cual sirve de efectivo prólogo a la historia.

¿Por qué es tan especial esta película? Para empezar por su director, Sidney Lumet, bastante alejado de sus trabajos policíacos y políticos más característicos y metido de lleno en un film que bebe bastante del teatro y de los diálogos y el suspense para mantener el interés del espectador. Han pasado 17 años desde su afortunado debut, “12 hombres sin piedad”, y el director se encuentra en una etapa muy prolífica, durante la cual es capaz de estrena hasta dos películas por año y prácticamente tener una cita anual con el cine hasta su llegada a la década de los 90 y la posterior, durante las cuales su ritmo de trabajo fue marcadamente menor. El trabajo de Lumet es más artesanal que sinónimo de maestría en esta cinta, pero no hablamos tampoco de una historia que requiera mayores efectismos para resultar grandiosa en pantalla.

La segunda razón, y de peso, por la que “Asesinato en el Orient Express” quedará en el recuerdo es por su protagonista, Albert Finney, el cual realiza una magistral y casi mimética y metódica, casi obsesiva diría, caracterización del famoso investigador, que se encuentra recién salido de la resolución de otro caso al comienzo del film. La interpretación del actor, con el cual Lumet volvió a contar en su última y soberbia película, “Antes que el diablo sepa que has muerto” es tan redonda que resulta practicamente irreconocible y hace sombra parcial al otro gran Poirot cinematográfico, Peter Ustinov. Tal fue el resultado que resultó nominado al Oscar y al BAFTA al mejor actor, premios que nunca ha recibido a pesar de su solvencia como intérprete.

Y la tercera, y la que más puede llamar la atención de los espectadores asiduos al cine de todas las etapas, es su plantel de secundarios. En él encontramos desde actores y actrices del Hollywood clásico reciclados para la ocasión hasta otros surgidos durante los 60 y 70, de nacionalidades tan diversas como británicos, americanos y franceses, entre otras. Al citado Finney se suman John Gielgud, Vanessa Redgrave, Sean Connery, Anthony Perkins, Richard Widmark -fallecido este mismo año-, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Michael York, Jacqueline Bisset, Wendy Hiller, Jean-Pierre Cassel y Martin Balsam, suponiendo que no me haya dejado a ninguno. La más destacable, aunque es difícil destacar a uno en concreto, es Ingrid Bergman, en un papel que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria y distintos reconocimientos en multitud de nominaciones, como la de los BAFTA en la misma categoría.

El número 12 se repite en esta genial adaptación -no del todo fiel a la original, pero con cambios que no liquidan el espíritu de la novela- en la que, como bien apunta Connery en un momento del interrogatorio al que Finney somete a los pasajeros, “Un jurado de 12 hombres justos es un sistema justo”, algo que recuerda a la ópera prima de Lumet. No faltan los fallos de raccord y el desajuste entre distintas secuencias fruto de intentar mostrar la trama desde distintos ángulos y puntos de vista, además de un esquema narrativo un tanto esquemático y repetitivo. No obstante, la película consiguió 6 nominaciones a los Oscar, sin incluir mejor película y director, y 9 a los BAFTA, incluyendo esta vez director y película, y logrando John Gielgud el premio al mejor secundario, y es una muestra más de lo que puede dar de sí el género detectivesco para el cine. Para el espectador resulta una experiencia gratificante, mientras que para Poirot no sino otro caso más, el cual resuelve en una magnífica secuencia final en grupo de esas que asombran y sobrecogen por la capacidad de análisis del personaje, el cual acaba el caso como mismo comenzaba la película, desde la más absoluta rutina del profesional que conoce al dedillo los entresijos de su trabajo y de la conducta humana.
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