Desmontando a John Wayne
Todos los hombres se
creen John Wayne. Auténticos vaqueros que van por la vida con una pistola en
cada mano, o más bien una de sobrevalorada importancia entre las piernas. Un
arma que define su hombría, su status de macho dominante que sólo sabe hablar
con sus semejantes de las mujeres que entran y salen de sus vidas, de deporte y
coches.
En un momento de “Una
pistola en cada mano”, Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia se preguntan si
ese símbolo de la masculinidad que era John Wayne habría pasado alguna vez por
la crisis de los 40, si esa fachada masculina pudo alguna vez hacerse añicos
una vez los años pusieran las cosas en su sitio. La respuesta es no, que eso es
algo impensable en alguien como John Wayne.
En su última película,
Cesc Gay habla precisamente de eso, y lo une a su ya habitual y acertado
retrato generacional de esos urbanitas tan universales, que no catalanes como a
más de uno le gusta asegurar, que componen un rico universo cinematográfico que
no deja de expandirse desde los tiempos de “Krámpack”. En “Una pistola en cada
mano” el sexo masculino no sale muy bien parado, y el cineasta se encarga de
deconstruir al macho alfa y reducirlo a un ser cobarde, reservado con los de su
mismo sexo, incapaz de encajar una infidelidad o un fracaso amoroso y asumir la
parte de culpa que le corresponde por orgullo. Porque para eso están los
paraguas.
Dicen que estamos ante
el Cesc Gay más acomodado, más ligero. No estoy de acuerdo. Sí que hay mucho de
“En la ciudad” en ella, incluso de “Ficción”, especialmente en el manejo de esos
silencios que dicen mucho más que las palabras. Pero en absoluto es un trabajo
sencillo y menor. No puede serlo con un guión tan directo, tan rico en matices,
con una dirección de unos actores tan entregados a la causa.
Y es que de actores va
la cosa. Lo que realmente engrandece este prodigio que mezcla inteligentemente
la comedia y el drama con clara vocación teatral, es un reparto que casi no cabe en el cartel. Y lo más
duro es que TODOS están soberbios. Sí, unos dejan más huella que otros, pero
eso dependerá de cada espectador, de cómo encaje y le llegue cada uno de los
seis segmentos casi independientes en los que se divide, y que hacen que el
conjunto se pase en un suspiro.
Javier Cámara, Candela
Peña, Clara Segura, Eduard Fernández o Ricardo Darín se comen la pantalla. Pero
Eduardo Noriega, Alberto San Juan, Leonardo Sbaraglia o un actor que nunca ha
sido santo de mi devoción como Jordi Mollá no se quedan muy atrás. Y esto
dejándome por el camino a Cayetana Guillén Cuervo, Leonor Watling o Luis Tosar.
Porque todos están tan bien dirigidos que es imposible quedarse con uno en
concreto, y solamente puedo compadecer a los miembros de la Academia de Cine
para los próximos Goya, ya que lo van a tener extremadamente difícil. Pobre de
ellos si la ignoran. Sí, es una amenaza, que me siento más John Wayne que
nunca.
A
favor: los actores, TODOS, el guión y la dirección
En
contra: el apartado musical podría haberse mejorado, por
decir algo
Calificación: ****
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