jueves, 13 de diciembre de 2012

LA CRÍTICA: Una pistola en cada mano

Desmontando a John Wayne
Todos los hombres se creen John Wayne. Auténticos vaqueros que van por la vida con una pistola en cada mano, o más bien una de sobrevalorada importancia entre las piernas. Un arma que define su hombría, su status de macho dominante que sólo sabe hablar con sus semejantes de las mujeres que entran y salen de sus vidas, de deporte y coches.

En un momento de “Una pistola en cada mano”, Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia se preguntan si ese símbolo de la masculinidad que era John Wayne habría pasado alguna vez por la crisis de los 40, si esa fachada masculina pudo alguna vez hacerse añicos una vez los años pusieran las cosas en su sitio. La respuesta es no, que eso es algo impensable en alguien como John Wayne.

En su última película, Cesc Gay habla precisamente de eso, y lo une a su ya habitual y acertado retrato generacional de esos urbanitas tan universales, que no catalanes como a más de uno le gusta asegurar, que componen un rico universo cinematográfico que no deja de expandirse desde los tiempos de “Krámpack”. En “Una pistola en cada mano” el sexo masculino no sale muy bien parado, y el cineasta se encarga de deconstruir al macho alfa y reducirlo a un ser cobarde, reservado con los de su mismo sexo, incapaz de encajar una infidelidad o un fracaso amoroso y asumir la parte de culpa que le corresponde por orgullo. Porque para eso están los paraguas.


Dicen que estamos ante el Cesc Gay más acomodado, más ligero. No estoy de acuerdo. Sí que hay mucho de “En la ciudad” en ella, incluso de “Ficción”, especialmente en el manejo de esos silencios que dicen mucho más que las palabras. Pero en absoluto es un trabajo sencillo y menor. No puede serlo con un guión tan directo, tan rico en matices, con una dirección de unos actores tan entregados a la causa.


Y es que de actores va la cosa. Lo que realmente engrandece este prodigio que mezcla inteligentemente la comedia y el drama con clara vocación teatral, es un reparto que casi no cabe en el cartel. Y lo más duro es que TODOS están soberbios. Sí, unos dejan más huella que otros, pero eso dependerá de cada espectador, de cómo encaje y le llegue cada uno de los seis segmentos casi independientes en los que se divide, y que hacen que el conjunto se pase en un suspiro.


Javier Cámara, Candela Peña, Clara Segura, Eduard Fernández o Ricardo Darín se comen la pantalla. Pero Eduardo Noriega, Alberto San Juan, Leonardo Sbaraglia o un actor que nunca ha sido santo de mi devoción como Jordi Mollá no se quedan muy atrás. Y esto dejándome por el camino a Cayetana Guillén Cuervo, Leonor Watling o Luis Tosar. Porque todos están tan bien dirigidos que es imposible quedarse con uno en concreto, y solamente puedo compadecer a los miembros de la Academia de Cine para los próximos Goya, ya que lo van a tener extremadamente difícil. Pobre de ellos si la ignoran. Sí, es una amenaza, que me siento más John Wayne que nunca.

A favor: los actores, TODOS, el guión y la dirección
En contra: el apartado musical podría haberse mejorado, por decir algo

Calificación: ****

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