Como enanos
Se apagan las luces.
Aparecen el logo de la Warner, el de New Line y el león de la Metro. Unos créditos dorados sobre un fondo en negro
reconocibles bañados por una banda sonora no menos reconocible inundan la sala
entera. Te recorre un escalofrío, uno que no sentías desde que hace casi diez
años abandonáramos a Frodo y compañía escribiendo un nuevo capítulo en el
imaginario colectivo de toda una generación. La nostalgia está ahí, has vuelto
a la Tierra Media. La misma nostalgia que supone un arma de doble filo. Porque
casi una década después todos hemos avanzado, hemos madurado, somos más
exigentes que entonces, y el efecto sorpresa ha desaparecido. La Tierra Media
es ya una vieja conocida.
Consciente de que ya
está todo el pescado vendido, Peter Jackson no varía formalmente –efectos especiales,
fotografías, banda sonora, maquillaje… todo está presente y en algunos casos
mejorado- lo que hace años nos regaló como una de las experiencias
cinematográficas más gratificantes de nuestro tiempo, aquella que nos recordó
que el cine puede ser aún mágico. Apuesta sobre seguro, no arriesga, y la
nostalgia no es suficiente para abandonar la idea de que “El Hobbit” no aporta
nada nuevo más allá que recaudar ingentes cantidades de dinero.
Pero este hándicap no
consigue lastrar lo que supone volver a la Tierra Media. Y es que esta nueva
visita a los mismos lugares comunes de siempre tiene bastante de distinto con
respecto a la Trilogía del Anillo. Concebida como una aventura infantil,
pensada para toda la familia y expresamente para los hijos de Tolkien, “El
Hobbit” era también épica, pero no llegaba a la épica de “El señor de los
anillos”. Flotaba por ella el aroma a cuento clásico de hadas, y su adaptación
lo sabe de sobra. Juega en una liga totalmente distinta, la del cine de
aventuras familiar a la antigua usanza, sin florituras ni medias tintas, sin
buscar ser la gran película que fue en su momento la susodicha trilogía. Esto
es cine para todos los públicos consciente de su propia naturaleza, y punto. Y
un blockbuster bien orquestado, con
una hora final de infarto, con un Martin Freeman que está soberbio como nuevo
Bilbo, con una partida de enanos entrañables y carismáticos, con abundantes momentos de humor, con la vuelta de
una criatura a la que todos añoramos…
Muchos dirán que se
repite más que el ajo, que es más de lo mismo, incluso que Guillermo del Toro
podría haber dado un enfoque distinto. Otros que tiene demasiados diálogos, que
estira más que un chicle situaciones para rellenar una trilogía basada en un
libro que no da para más de dos filmes. Quizá tengan razón, pero yo les digo
que todo eso era achacable a la trilogía original, que hay mucho de aquella en
esta, lo que la memoria nos juega una mala pasada. Eso o que la nostalgia ha
podido conmigo, y me he dejado llevar por esta nueva aventura que ya no me
descubre que el cine aún puede estar lleno de magia, ya que desde entonces
todos nos hemos curtido en mil lides. Pero con ella me lo he pasado como un enano.
Así de claro.
A
favor: que es consciente de su naturaleza familiar, y su
última hora
En
contra: que ya Gandalf, los hobbits y compañía son viejos
conocidos
Calificación: ****1/2
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