miércoles, 10 de enero de 2018

LA CRÍTICA. La forma del agua

La mujer y el monstruo
El narrador de esta historia no sabe cómo empezar y terminar su relato. Todo lo que le viene a la cabeza es un poema, uno sobre una princesa sin voz y sobre un monstruo que trató de destruirlo todo. Pero al final, los hechos en sí no importan, como tampoco son relevantes el momento y el lugar en los que transcurre, porque lo que queda es una historia de amor, de ese amor sin forma definida, que como el agua lo envuelve todo.

A Guillermo del Toro tampoco le importa las formas al narrar la historia de amistad entre una humana y un dios explotado e incomprendido por la avaricia humana, en una época –intuimos que la Guerra Fría- en la que Estados Unidos y Rusia competía por ver quién los tenía más grandes. Con todas sus capas, sin cortarse un pelo en ninguna de ellas.

Porque si algo ha demostrado el mexicano en su casi cuarto de siglo tras las cámaras es que para él, diferenciar entre monstruos y humanos es irrelevante. Lo que importa en “La forma del agua” es el corazón, no la edad, ni el sexo, ni la raza, temas estos dos últimos que hoy en día siguen siendo tabú. Así, su último trabajo habla sobre la intolerancia, el machismo, el miedo por aquello que no está hecho a imagen y semejanza de nuestros particulares dioses.


Pero sobre todo, del amor. Un amor que del Toro demuestra profesar por el fantástico en particular, y por el cine en general, y que aquí alcanza cotas de expresión pocas veces vistas antes en su filmografía. Un delicioso cuento que lleva a “La mujer y el monstruo” a otro nivel, como si Jack Arnold hubiera preferido explotar la relación entre su criatura y aquella inolvidable bañista interpretada por Julie Adams en lugar de la serie B propia de los años 50. Y lo hace con una capacidad poética inconmensurable, ayudado por la excepcional banda sonora, la envolvente y etérea banda sonora de Alexandre Desplat, el trabajo de dirección artística y maquillaje, y un reparto perfecto en el que destaca Sally Hawkins, que consigue robar el corazón sin pronunciar ni una sola palabra.


“La forma del agua” es otra maravilla que nos regala del Toro. Pero no una más, sino una de lo más especial, hecha no por divertimento sino con alma, a la altura de obras maestras como “El laberinto del fauno”. La reafirmación de que es un absoluto maestro del fantástico, un excelente contador de cuentos a medio camino entre la poesía y el horror. Pero no la confirmación. Eso no lo necesita. Para eso ya están los premios. Los demás llevamos mucho tiempo rindiéndonos a sus pies, como si de un dios se tratase.

A favor: Sally Hawkins, su halo poético, y que reafirma a del Toro como un maestro del fantástico
En contra: nada

Calificación *****
Imprescindible

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