Little.
Chiron. Black
Vamos a admitirlo. Sin
tapujos. Vivimos en un mundo cargado de odio, de ira y desconfianza hacia lo
que se nos ha impuesto moralmente como “normal”. Y convivimos con ese odio cada
día. El que nos inculcan en nuestro entorno, ése en el que homofobia, sexismo o
racismo se dan peligrosamente la mano. Ése en el que las palabras “marica” o “negro”
son usadas como adjetivos descalificativos.
Barry Jenkins juega
hábilmente a intercambiar los roles que muchos de manera inconsciente tenemos
ya preestablecidos en nuestras mentes, centrando parte de la acción en la Miami
afroamericana de los 80, en una época y un lugar en los que no conjuga nada
bien el hecho de ser negro y homosexual. Y el pequeño Chiron vive en ese mundo.
Un mundo que, no obstante, no dista en espacio ni en tiempo de ninguna otra
región del planeta.
Porque pese a que
estamos ante una de las cintas más valientes del año, precisamente por azotar
nuestras consciencias con una a priori imposible subversión de estereotipos, su
discurso no deja de ser extrapolable a otros momentos y lugares. Y es ahí donde
su mensaje sobre la búsqueda de la identidad personal en ambientes no demasiado
propicios para ello cobra su mayor fuerza, y es esto lo que posiblemente le
haya valido el título de ser una de las mejores propuestas del pasado año.
En lo estrictamente
cinematográfico, nada se le puede reprochar a Jenkins. Su trabajo está muy bien
hecho. Excelente fotografía, muy buena banda sonora, y un reparto en estado de
gracia, donde destacan quizá las tres versiones temporales del personaje
protagonista, y no aquellos que finalmente han logrado su nominación al Oscar.
En lo meramente conceptual y narrativo es donde su película se resiente. Para
quien esto escribe, la fuerza de su relato va en caída libre conforme avanza
cada uno de los tres segmentos en los que se divide. Fascina cómo se presenta
la problemática del film en la versión del pequeño Chiron, pero esa fascinación
se atenúa cuando la temática se desarrolla en su etapa adolescente, y acaba
perdiéndose en ese “positivo” acto final cuyo avance es lógico para la historia
que cuenta, pero que implica un cambio tonal demasiado acuciado que rompe la estructura
natural de la narración.
Pero tampoco es que
esto empañe demasiado a “Moonlight”. Simplemente, en conjunto, encaja dentro de
la media de títulos nominados al Oscar este año, la cual tampoco es que sea
demasiado elevada. Sin embargo, lo que es remarcable en ella no es tanto el
hecho de que parezca una mezcla afroamericana entre “Boyhood” y “Brokeback
Mountain” en versión afroamericana, sino que rompe tabúes en una sociedad que
lo necesita con urgencia. Da igual que estemos en pleno siglo XXI. Nada nos
diferencia aún de esa Florida de hace treinta años. El marica sigue siendo
marica, y el negro sigue siendo negro. Y el pequeño Chiron, aunque ahora sea Black,
seguirá siendo el pequeño Chiron, y seguirá atrapado en el tiempo.
A
favor: la fotografía, la dirección, la banda sonora y el
reparto, y cómo juega a subvertir los roles preestablecidos
En
contra: que el relato pierda fuerza e interés conforme
avance
Calificación ***1/2
Merece mucho la pena
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