miércoles, 18 de enero de 2017

LA CRÍTICA. La La Land (La ciudad de las estrellas)

Otro día más de Sol en LA
Es imposible no enamorarse de “La La Land“. Desde su misma escena inicial, que nos introduce en el Cinemascope, en un mundo en Technicolor acompañado por un tema musical que llama a introducirse en la gran pantalla, seduce, enamora y embriaga. El mismo sentimiento de amor que profesan todos esos soñadores que acuden a la Meca del Cine buscando una oportunidad, a perseguir las luces que brillan en la ciudad de las estrellas, a subir hasta las alturas de la colina más famosa del séptimo arte, esa desde la que sólo puedes caer o mantenerte eterno.

Imposible no enamorarse de ella, porque lo nuevo de Damien Chazelle es una carta de amor a la música, algo que ya destilara su anterior obra, con sus subidas y bajadas sentimentales. Y también al musical en particular. Por sus fotogramas resuenan los ecos del cine de Donen y Demy, y de otros tantos maestros que han rubricado todo un género para expresar sentimientos y emociones. Todo en ella destila técnica. Música, sonido, fotografía, escenografía… Chazelle no sirve un musical al uso, prefiere jugar con el género y no pervertir su esencia, sino contarnos su particular visión sobre el mismo, una visión en la que las canciones alegres y el colorido menguan conforme se abandona el amor por alcanzar algo más importante: las metas personales.


Por supuesto, es una historia de amor entre dos soñadores, interpretados con la soltura para la comedia de un cada vez más acertado Ryan Gosling y la delicadeza y espontaneidad naturales de una Emma Stone que se erige como reina absoluta de la función. Pero también es un mensaje de amor al cine en general. De amor y por supuesto de desamor, dos conceptos antagónicos pero inevitablemente unidos. Al cine como fábrica de sueños y desilusiones.


Todo en ella es para ser amada. Y aunque le ocurra lo mismo que a su anterior film, y el ritmo pueda parecer que decaiga hacia mitad del metraje, en este caso por abandonar deliberadamente los tópicos del musical, su director vuelve a retomar el pulso en un epílogo que supone todo una moraleja sobre el cine como mecanismo para contar historias, pervertirlas y encauzarlas a su manera. Es lo bueno del séptimo arte, que siempre puede reiniciarse a sí mismo y acabar en un ensoñador final feliz. No importa lo que pase hoy. Mañana será otro día más de Sol en Los Ángeles.

A favor: el amor que profesa al cine, la fotografía, la música, el sonido, la escenografía, su pareja protagonista…
En contra: que su distanciamiento del musical tradicional pueda ser visto como un bajón de ritmo

Calificación *****
Imprescindible

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