lunes, 6 de junio de 2016

LA CRÍTICA. X-Men: Apocalipsis

Hijos de un dios menor
En un momento de “X-Men: Apocalypse”, sus personajes salen del cine de ver “El retorno del Jedi”, y todos coinciden en lo mismo: la primera entrega es necesaria para que existan las demás, la segunda es una joya, y la tercera es la peor de todas. En forma de chiste meta, Bryan Singer lanza un mensaje de advertencia a la audiencia. Sabe que su nueva criatura está condenada a las comparaciones odiosas, a ser la oveja negra de la familia, a ser la mutación aberrante dentro de la evolución de la segunda trilogía de una franquicia que él mismo iniciase hace poco más de un quindenio.

Y tiene razón. La comparación no le hace ningún favor, pero ello no quiere decir que estemos ante una mala película. Porque este nuevo capítulo es a este segundo tríptico lo que “El Padrino III” o “The Dark Knight Rises” a sus respectivas trilogías: una entrega que se torna floja si intenta mantener un tour de force con sus predecesoras. Pero en absoluto es una tercera parte deleznable.

Su principal problema es que, sabiendo que no conseguirá superar a la anterior, Singer parece tirar la toalla y hacer una película que simplemente cumple, sin esfuerzo alguno ni cariño hacia lo que cuenta. Aunque lejos de la carga dramática y la complejidad narrativa que supo imprimir en “Días del futuro pasado”, el cineasta parte igualmente de una idea atractiva y de unos planteamientos de nuevo ambiciosos que alejan a los mutantes de sus rivales disneyianos –la discriminación, el temor a Dios o los movimientos sociales siguen pululando con fuerza por sus fotogramas-, para luego poner el piloto automático y ofrecer un desarrollo de ideas de lo más torpe y una falta de acción y exceso de subtramas que pueden hacer que más de uno la tache de aburrida.


Son muchos los pecados que Singer comete durante su abultado metraje. Falta de motivación y actos incongruentes en algunos personajes -incluyendo un villano que sabemos que es peligroso porque nos lo dicen, no por lo que vemos en pantalla-, alguna que otra sensación de deja vu –sí, Quicksilver se lleva la cinta, pero con una secuencia que no es más que una versión amplificada de algo ya visto-, un peligroso look ochentero que puede hacerla cruzar la línea del esperpento, y más de un efecto especial al que se le ve el cartón.


Y pese a todo, pese a que su director prefiera hacer caja antes que demostrar el mismo amor que antaño por sus personajes, a los que vuelve a dejar a la deriva, seguimos sin estar ante una mala película. Mejorable, sí. Floja, también. Pero bajo sus fotogramas sigue latiendo una fuerza que ya quisieran para sí algunos de los cierres de muchas trilogías. Esa intensidad que no rozan ni “X-Men: La decisión Final” ni “Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno”. Y por qué no, ni “Capitán América: Civil War”.

A favor: la intensidad que sigue latiendo bajo su superficie, pese a sus múltiples tropiezos
En contra: lo consciente que es de ser un film menor, y lo poco que se esfuerza Singer en salirse de esa idea

Calificación ***
Merece la pena

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