Los mil rostros de la belleza
Grotesca, digna, dantesca,
absorbente, fea, fascinante, irregular, fantástica, rara,… Este vaivén de
calificativos, y los que no están en la lista, servirían para describir
perfectamente la última obra de Leos Carax, un director tan inclasificable que
aborda en “Holy Motors” su mayor desafío cinematográfico: el de un cineasta
que, tras una larga ausencia, sabe que tiene el poder de decir y hacer lo que
le venga en gana.
Carax vuelve a
transitar por esos cruces de identidades que tan buenos resultados le dio en
las magníficas “Mala sangre” y “Los amantes de Pont-Neuf” y ofrece un
desconcertante relato de amor al cine y a la actuación en sí misma, reflejada
en ese Oscar que recorre las calles de un París excelsamente fotografiado por Yves Cape y Caroline Champetier
a bordo de esa limusina que hace las veces de camerino y vehículo conductor
hacia su siguiente identidad. Carax expone a su protagonista ante un mundo que
es, a la vez, escenario y teatro de cada uno de los personajes que asimila:
desde un banquero hasta un modelo de stop
motion, pasando por una extraña y desagradable bestia subterránea cautivada
por la belleza de una modelo.
.
No intenten entender “Holy
Motors”, sacarla de su contexto fantástico. Es inútil. Lo que Carax propone es una sucesión de sketches sin relación alguna, inconexos,
donde aborda todos los géneros cinematográficos inimaginables –incluyendo una
escena protagonizada por una sorprendente Kylie Minogue y un entreacto musical
de altura- y en los que su actor, un entregadísimo y soberbio Denis Lavant, se
enfrenta a todos los registros interpretativos posibles. Lo importante es
dejarse llevar por una experiencia sensorial como no se ha visto en mucho tiempo,
no apta para todos los públicos y a la altura del cine de los mejores Lynch y
Kubrick, y posible heredero directo de la Nouvelle vague.
En plena época de la
vacuidad argumental, del progreso técnico y digital y del cine entendido como
una mera fábrica de ganar premios y millones, Carax asesta una dura bofetada a
un público dormido por estar viendo siempre las mismas imágenes en pantalla
ofreciendo algo distinto, una obra que se salta todos los convencionalismos y
que muta, se reinventa cada vez que Oscar sale de su coche asumiendo un nuevo
rol. Para ello, recurre a una estética bellísima pero recorrida por un feísmo
casi molesto, abre y cierra cada nueva historia de una manera exagerada,
inesperada, desafiante. Y esto puede hacerle ganar el rechazo de muchos de los
que la vean.
Para los que no la
rechacen quedará una película formalmente exquisita, sincera en sus
intenciones, tan exagerada que corre el riesgo de caer más de una vez en el
ridículo, pero un ridículo coherente con el conjunto. A excepción de un plano
final digno de los Monty Python que
quizá podría haberse ahorrado. Pero es lo que intenta este film, plantear todo
un reto para el espectador que se atreva a ver los mil rostros que tiene el
cine entendido como una de las más bellas artes.
A
favor: Denis Lavant, todo un prodigio interpretativo, y el
desafío que propone Carax al espectador dormido
En
contra: el plano final, donde ya supera el ridículo y cae
en la burla al mismo espectador
Calificación: ****
6 comentarios:
Estupenda crítica Gerardo. Ves, tenías que dejarte convencer nada más. Si que es cierto que la película de Carax busca no dejar indiferente a nadie y utiliza todos los recursos narrativos y no narrativos posibles pero a pesar de algunos deslices es un espectáculo difícil de olvidar. Se queda anclada en la memoria. De lo mejorcito de este año.
Un abrazo.
La verdad es que la pelicula es una mierda sin fisuras y el plano final es consecuente con el resto. No ha narrativa lo mejor los monos.
Cuestión de gustos. Donde tú tivste una mierda sin fisuras, yo vi caca deluxe.
Pelicula completamente absurda, mini historias ridiculas sin conexión alguna .No llega al espectador, no hay continuidad narrativa.
Por que no entender las películas con el hemisferio derecho, seguro tu no lo tienes.
No sé si tu comentario va hacia el anterior anónimo o hacia mí, pero vaya hacia quien vaya, está fuera de lugar. No caigamos en ese tipo de descalificativos.
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