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sábado, 8 de mayo de 2010

LA CRÍTICA

Room In Rome (Habitación en Roma) ***1/2

Almas desnudas entre cuatro paredes

Dos mujeres. Una habitación en Roma. Y una noche simbólica, la noche de San Juan, que marcará sus vidas para siempre. Así de simple podría resumirse la nueva obra de Julio Medem, uno de nuestros realizadores más personales. Pero hablando de Medem, la palabra simpleza es insuficiente.

Remake inconfeso de la chilena “En la cama”, de la cual se aleja en cada fotograma, “Room In Rome” –desgraciadamente en España y por culpa del doblaje tendremos que sufrir el título de “Habitación en Roma”, perdiéndose esos juegos palindrómicos que tanto gustan al cineasta-, recoge la noche de pasión de estas dos almas solitarias y perdidas que van huyendo de sus propias vidas y encuentran en la otra un mecanismo en el que proyectar sus mentiras, sus secretos y sus verdades más íntimas. Todo desde un único decorado al que Medem trata por todos los medios de ser fiel, sin abandonarlo en ningún momento y retratándolo como un personaje más. Tan sólo las historias de sus dos protagonistas, dos cuadros que hablan entre sí, un ordenador, una grabación en un móvil y un balcón indiscreto que marca inexorablemente el paso de la noche más corta e intensa del año son los únicos nexos en común con el exterior que necesita el espectador. Lo demás, y lo más interesante, transcurre entre las cuatro paredes de las habitaciones de esa habitación en Roma a la que su creador sabe imprimir de vida propia.


En contra de lo que puede dar a pensar su sinopsis, “Room In Rome” no es una propuesta meramente morbosa. No estamos ante el sexo por el sexo. Como en una de las mejores películas de su filmografía, “Lucía y el Sexo”, las relaciones carnales de las dos protagonistas sirven para desnudar más sus almas que sus cuerpos. Un encuentro apasionado propio de un tinto Brass pero rodado con elegancia y respeto y que dejará una huella, una peculiar bandera visible desde el espacio y un momento íntimo en la ducha, donde transcurren las dos mejores secuencias del filme.


Este nuevo acercamiento hacia el universo femenino no es mera casualidad. En él Medem se ayuda de la historia y el arte para crear historias ficticias en torno a sus dos musas y explicar su historia de amor en lo que es un preludio de su siguiente proyecto, una visión propia y libre de la Aspasia ateniense bajo el influjo romano. Y todo con un enfoque de voyeur que mira con tanto interés y detalle al interior como al exterior de estas dos ánimas.


Para los que somos fans del director, “Room In Rome” puede que no sea su mejor película, pero sí supone una mejora después de su caótico trabajo anterior. Desgraciadamente, en ciertos momentos Medem cae en el ridículo por culpa de unos diálogos que deberían haber sido más naturales y menos cursis, y por una banda sonora excelente, pero demasiado omnipresente. Detalles que hacen que ese ambiente caldeado por las abundantes escenas de sexo se vuelva frío y distante para el espectador. Gracias que tenemos la belleza y las magníficas interpretaciones de las sobresalientes y sensuales Elena Anaya y Natasha Yarovenko, entregadas en cuerpo y alma a sus personajes.


A favor: su dúo protagonista y cómo se desnudan física y emocionalmente
En contra: algún momento cursi y la banda sonora, reiterativa

viernes, 15 de enero de 2010

LA CRÍTICA

Hierro ****

Onírico viaje hacia la aceptación

No recuerdo un debut en la realización tan portentoso por la fuerza de sus fotogramas desde “Intacto”. Ya en sus primeros minutos, la opera prima de Gabe Ibáñez ofrece una secuencia de accidente rodada con total pulcritud y preocupación por los detalles, imágenes todas que sacuden al espectador en la butaca. Hasta en eso podría asemejarse a la primera incursión en el largo de Fresnadillo, en aquella escena del “Ya no te quiero” de Mónica López y que demuestra que no estamos ante algo ya visto.

Lo que viene a continuación quizás roce demasiado los lugares comunes en su historia y pueda resultar, especialmente en el tramo final, a ratos previsible: una madre que pierde a su hijo a bordo de un ferry le busca desesperadamente por la isla a la que viajaba cuando recibe la noticia de que han encontrado el cuerpo de un niño. Trastornada, con una patológica fobia surgida a partir del incidente, María irá desarrollando un profundo estado de paranoia que se acentúa con unas pesadillas que no le dejan pegar ojo.



Pero Ibáñez tiene el suficiente talento como para convertir una historia muy típica en algo totalmente distinto. Es aquí cuando conviene dejar claro lo que el espectador se encontrará al ir a ver “Hierro”. No estamos ante un filme de terror al uso, que es lo que puede desprenderse de su campaña publicitaria, sino ante un thriller psicológico sobre cómo sobreponerse a la pérdida de un ser querido, un viaje onírico hacia la aceptación de la cruda realidad de una madre que debe aprender a vivir con sus propios fantasmas.
Lo que importa en “Hierro” no es lo que se cuenta. De hecho, si analizáramos su argumento y su desarrollo nos encontraríamos ante un telefilme de sobremesa, un dramón para ver y olvidar por su concurrencia de lugares y situaciones comunes. Hasta sus pocos golpes de efecto pueden resultar de manual cinematográfico si no fuera porque lo que impera es el cómo contar la historia, apartado en el que Ibáñez demuestra ser un as de la realización, convirtiendo un trabajo de encargo en algo propio. Tanto las pesadillas de su protagonista como el resto de la cinta poseen una potencia impropia de un debut.

Una pena que este deslumbrante salto al largo de un curtido especialista en publicidad y efectos especiales y director del desconcertante cortometraje “Máquina” no haya entrado finalmente en los Goya de este año. Habría recibido como mínimo nominaciones a los efectos especiales, el sonido, la banda sonora, la fotografía, el montaje, la dirección novel y por supuesto una nominación para Elena Anaya, sobresaliente en su interpretación, la mejor de su carrera, ya recompensada en el último festival de Sitges. Ella lleva buena parte del peso de esta película. La otra parte se la lleva la buena mano de su director para crear imágenes sugerentes, inquietantes, que no parecen aportar nada salvo dosis de tensión pero que nos obligan a recordar su nombre en el futuro.


A favor: una estupenda Elena Anaya en la interpretación y Gabe Ibáñez en la realización
En contra: habrá quien vaya a verla pensando que es un filme de terror al uso
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