jueves, 3 de septiembre de 2015

LA CRÍTICA. Un día perfecto

La cuerda y la pelota
Desde la comedia negra familiar que planteaba en su ópera prima hasta el cine marginal de los colegas de extrarradio de "Barrio", pasando por los excluidos laborales con más dinero en su bolsillo para cañas que para subsistir de "Los lunes al sol", Fernando León de Aranoa ha dibujado un cine social muy particular, amable en su superficie, casi edulcorado por un sentido del humor que hila muy fino, pero cargado de denuncia y un trasfondo amargo que refleja de manera honesta y brutal nuestro día a día.

Parecía que se le habían acabado los recursos -así lo demostraba la menor, que no deleznable, "Princesas"- en este tipo de propuestas, y que estaba condenado a repetir una y otra vez los mismos tópicos sociales, las mismas frases hechas y los mismos mecanismos que hasta ahora habían dado forma a su discurso.  Tanto que había tenido que irse hasta las antípodas de lo que había venido siendo su cine para regalarnos una de sus obras más personales, “Amador”.


“Un día perfecto” viene a desmontar ese presentimiento. Es la vuelta del cineasta a la denuncia, pero en este caso más ambiciosa, cambiando nuestro país por los Balcanes de mediados de los 90. Una región reflejada a modo de metáfora por ese cuerpo arrojado al pozo con una buena dosis de mala leche, para evitar que los lugareños puedan beber de sus aguas. Sólo un grupo de cooperantes parece interesarse por sacarlo antes de que el agua se pudra. Pero para ello necesitarán buscar algo tan mundano como una soga, una cuerda que aguante el peso del cadáver.

Pero que no engañe el leit motiv del que parte la película. La soga no es más que una maniobra de distracción, una anécdota a modo de McGuffin de la que se vale Aranoa para hablar del irritante sarcasmo que encierra en sí la burocracia, de lo fácil que ven la contienda los que no tienen que sobrevivir a ella diariamente, de las diferencias, algunas de ellas humorísticas, entre compatriotas, y en general de todo aquel que se beneficia de una guerra, y de los que la tienen que sufrir como objetivos, especialmente los niños. Y cuenta su cruda historia, como ya hiciera antaño, desde la más absoluta cotidianidad, con un sentido del humor de lo más natural y una galería de personajes carismáticos y con los que el espectador puede simpatizar fácilmente, encarnados por un reparto de lujo –todos magníficos, sin excepción- y arropados por la madurez de un autor que maneja cada vez mejor la cámara.


Puede que su conjunción entre comedia, drama y denuncia no siempre sea perfecta, que tenga vaivenes de ritmo y que se abuse de la música –la escena en la casa del niño a ritmo del “Sweet Dreams” de Marilyn Manson, por ejemplo-, pero el film se deja ver con una sonrisa en el rostro y con comodidad, e incluso es importante en estos tiempos que corren. Para que no miremos hacia otro lado. Porque aunque hayan pasado veinte años del fin del conflicto, las cosas no han cambiado, y hasta los objetos más insignificantes pueden marcar una gran diferencia para coronar un día perfecto en medio de la miseria. Aunque sean una simple cuerda y una pelota.

A favor: el reparto, la dirección, su retrato de la cruda realidad desde la cotidianidad
En contra: el abuso de la música y algún bajón de ritmo

Calificación ***1/2
                                                                        Merece mucho la pena

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