jueves, 24 de septiembre de 2015

LA CRÍTICA. Everest

Gélida epopeya en el techo del mundo
El Monte Everest, el último gran desafío para todo montañero. La última frontera. Un territorio bello por sus paisajes, pero cuya coronación entraña innumerables peligros. A más de 8.000 m. de altitud, la presión atmosférica y la falta de oxígeno llevan a sufrir efectos secundarios como el edema cerebral o la desorientación. Eso si no hace acto de presencia el cansancio antes que cualquier otro síntoma. El cuerpo va muriendo con cada metro de ascensión. Y aún así, cada año no son pocos los que lo intentan, ya sea por superar retos, por cumplir promesas o por dejar su bandera clavada para la posteridad en su cima.

“Everest” habla de eso, de las duras condiciones que deben sufrir los que se enfrentan a tal hazaña, y su preparación previa. Es como una guía de viajes para el aventurero, como un dossier fidedigno de lo que supone tan importante travesía. Pero también es una historia real, la de un grupo de alpinistas liderados por Rob Hall y Scott Fisher, que encontraron en 1996 la peor cara que ofrece la montaña.

En la que podríamos catalogar fácilmente como su mejor cinta en suelo estadounidense hasta la fecha, Baltasar Kormákur se apega a los hechos y a la realidad como un clavo ardiendo, y de ahí no se suelta durante las abultadas dos horas que dura “Everest”. Su apego hacia la realidad histórica y la fidelidad hacia lo que supone escalar el techo del mundo son tales que se olvida completamente de la parte más dramática de la trama. A pesar del carisma de sus personajes, de la naturalidad de las interpretaciones de su generoso reparto –destacan Jason Clarke, Josh Brolin y John Hawkes por encima del resto, y los demás, aunque solventes, están por estar-, la excelente banda sonora de Dario Marianelli y la cruda belleza de unos fotogramas perfectamente fotografiados por Salvatore Totino, la película acaba siendo tan fría como las bajas temperaturas a las que se enfrentan sus protagonistas.


Y si se me permite otro símil facilón, su epopeya comienza a hacerse cuesta arriba conforme avanza el metraje. Porque una vez llegamos a la parte con más acción no sólo cuesta conectar con los vanos intentos de melodramatismo por parte de las lágrimas secundarias de Keira Knightley, Emily Watson o Robin Wright –funciona mejor la escena en la que los protagonistas exponen sus razones para el viaje que las lágrimas forzadas-, sino que a esa falta de emoción se le une una ausencia absoluta de tensión en sus escenas de riesgo, que hacen que la cinta se vuelva algo larga y pesada.


Pero con todo, lo que queda es una buena aventura para disfrutar en pantalla grande, en la que falta más alma y sobra cerebro y más de un actor famoso, estando algunos de ellos desaprovechados. Una gélida aventura que demuestra el coraje y aplomo de todos aquellos que se atreven a viajar más allá de la Barrera de la Muerte. Un lugar donde sólo están la montaña y el hombre, y es ella la que decide quién se queda y quién vuelve a casa.

A favor: funciona bien como dossier sobre cómo es el Everest; la música, la fotografía y su reparto, destacando a Josh Brolin, John Hawkes y Jason Clarke
En contra: le faltan emoción y tensión, y le sobra cerebro

Calificación ***
                                                                               Merece la pena

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