domingo, 13 de septiembre de 2015

LA CRÍTICA. La visita

Para reconciliarse con los viejos nuevos artesanos
Definían a M. Night Shyamalan en el programa de televisión “Días de Cine”, cuando aún lo dirigía el insigne Antonio Gasset, como el cineasta que siempre sabía dónde colocar la cámara, que siempre encontraba el plano adecuado y la atmósfera idónea para una instante determinado. Podría pensarse a priori que en su (desesperada) búsqueda de la rentabilidad perdida en taquilla por culpa de superproducciones infames siguiendo la fórmula Jason Blum, el director de “El sexto sentido” ha perdido buena parte de esa magia y encanto que en su momento le brindaron la etiqueta de sucesor del mismísimo Spielberg.

Nada más lejos de la realidad. El found footage ya se había asomado anteriormente en su filmografía, ya sea de manera directa, en forma de estremecedora grabación casera en “Señales”, o indirecta, adoptando el punto de vista del niño que sigue con su mirada entre asientos el flirteo de Bruce Willis en “El protegido”. En “La visita”, Shyamalan hace suyo el formato, juguetea también con el mockumentary y no permite que se adueñe de la propuesta, no dejando que sus limitaciones le impidan, nuevamente, lograr el plano perfecto, en esta ocasión justificado a través de una adolescente con ínfulas de realizadora que no es más que un trasunto del propio director de origen indio.


Pero más allá de cómo se adapta el formato al director, que no al revés,  lo que supone su nuevo trabajo es el bienvenido regreso del excelente narrador de historias embriagadoras –ese ser blanco de ojos amarillos-, del creador de personajes que rozan el esperpento y de grandes momentos cinematográficos, tanto de cuentos de hadas como dramáticos –el “Te perdono” que se pronuncia durante el metraje es sobrecogedor. Y también del Shyamalan juguetón, del que hace gala de un humor tan negro como estúpidamente marciano, pero siempre entrañable.


“La visita” recoge los momentos más hilarantemente espeluznantes de toda su carrera en forma de relato infantil siniestro, y el resultado es un ejercicio que es mejor no tomarse demasiado en serio, tan contundente y divertido  como la escena bajo la casa, o como todas aquellas que protagonizan las dos almas del film, el pequeño Ed Oxenbould y esa anciana que da tan mal rollo a la que da vida la veterana Deanna Dunagan. Estamos sin duda alguna ante la mejor película de este fabulador en diez años, la que nos invita a reconciliarnos con este viejo nuevo artesano y la que nos recuerda, a quienes nunca perdimos la fe en su regreso, que sigue con vida y a la espera de una oportunidad cinematográfica. Aquí a base de galletas, risas y más de un susto perfectamente calibrado. Sólo esperemos que no deambule de nuevo por los derroteros de sus dos anteriores obras.


A favor: el trabajo de Ed Oxenbould y Deanna Dunagan, Shyamalan adaptando el found footage a su manera de contar historias
En contra: que habrá quien vaya dispuesto a tomársela en serio

Calificación *****
                                                                   Imprescindible

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