Para reconciliarse con los viejos
nuevos artesanos
Definían a M. Night
Shyamalan en el programa de televisión “Días de Cine”, cuando aún lo dirigía el
insigne Antonio Gasset, como el cineasta que siempre sabía dónde colocar la
cámara, que siempre encontraba el plano adecuado y la atmósfera idónea para una
instante determinado. Podría pensarse a priori que en su (desesperada) búsqueda
de la rentabilidad perdida en taquilla por culpa de superproducciones infames
siguiendo la fórmula Jason Blum, el director de “El sexto sentido” ha perdido
buena parte de esa magia y encanto que en su momento le brindaron la etiqueta
de sucesor del mismísimo Spielberg.
Nada más lejos de la
realidad. El found footage ya se
había asomado anteriormente en su filmografía, ya sea de manera directa, en
forma de estremecedora grabación casera en “Señales”, o indirecta, adoptando el
punto de vista del niño que sigue con su mirada entre asientos el flirteo de Bruce
Willis en “El protegido”. En “La visita”, Shyamalan hace suyo el formato,
juguetea también con el mockumentary
y no permite que se adueñe de la propuesta, no dejando que sus limitaciones le
impidan, nuevamente, lograr el plano perfecto, en esta ocasión justificado a
través de una adolescente con ínfulas de realizadora que no es más que un
trasunto del propio director de origen indio.
Pero más allá de cómo
se adapta el formato al director, que no al revés, lo que supone su nuevo trabajo es el
bienvenido regreso del excelente narrador de historias embriagadoras –ese ser
blanco de ojos amarillos-, del creador de personajes que rozan el esperpento y
de grandes momentos cinematográficos, tanto de cuentos de hadas como dramáticos
–el “Te perdono” que se pronuncia durante el metraje es sobrecogedor. Y también
del Shyamalan juguetón, del que hace gala de un humor tan negro como
estúpidamente marciano, pero siempre entrañable.
“La visita” recoge los
momentos más hilarantemente espeluznantes de toda su carrera en forma de relato
infantil siniestro, y el resultado es un ejercicio que es mejor no tomarse
demasiado en serio, tan contundente y divertido como la escena bajo la casa, o como todas
aquellas que protagonizan las dos almas del film, el pequeño Ed Oxenbould y esa
anciana que da tan mal rollo a la que da vida la veterana Deanna Dunagan.
Estamos sin duda alguna ante la mejor película de este fabulador en diez años,
la que nos invita a reconciliarnos con este viejo nuevo artesano y la que nos
recuerda, a quienes nunca perdimos la fe en su regreso, que sigue con vida y a
la espera de una oportunidad cinematográfica. Aquí a base de galletas, risas y
más de un susto perfectamente calibrado. Sólo esperemos que no deambule de
nuevo por los derroteros de sus dos anteriores obras.
A
favor: el trabajo de Ed Oxenbould y Deanna Dunagan,
Shyamalan adaptando el found footage
a su manera de contar historias
En
contra: que habrá quien vaya dispuesto a tomársela en serio
Calificación *****
Imprescindible
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