De lo último de Almodóvar se ha dicho mucho, y de muchas formas y maneras. Los hay que la califican de genialidad, y luego están los que ven en ella un producto difícil de digerir y hasta ridículo. Como fan incondicional del manchego que soy, la película es, cómo no, una genialidad, pero también hay que reconocer que su primer tramo, y en especial el dominado por la aparición del poco convincente personaje de Roberto Álamo, va mucho más allá del ridículo.
Por suerte, a partir de ese momento, el film no deja de mejorar por momentos. Almodóvar nos sirve un oscuro retrato de venganza que acaba tornándose en malsana obsesión, en una pulsión irrefrenable que tiene su momento más estremecedor en el extremo al que llega un excelso Antonio Banderas por recuperar a su esposa fallecida, modificando la piel de su víctima, una soberbia Elena Anaya, cruzando todos los límites éticos y morales. Y todo con un aura de misterio, con una narración no lineal repleta de saltos temporales que sirven al director para dosificar la información acerca del pasado de sus protagonistas, y destellos de puro terror.
Pero siendo Almodóvar, el terror que ofrece “La piel que habito” no necesita recurrir al gore ni a los sustos de manual. El miedo que inflige es clásico, bebiendo más del expresionismo alemán, del giallo italiano, del terror de la Universal y del fantaterror español del Narciso Ibáñez Serrador de “La residencia”. Pero, sobre todo, el terror de la película emana de sus propios personajes, de ese doctor Frankenstein capaz de la mayor de las atrocidades en nombre de una obsesión enmascarada tras la ciencia.
Desconozco la novela en la que se basa, pero seguramente Almodóvar la ha pasado por su particular filtro. Su nuevo trabajo supone uno de sus mayores retos cinematográficos, tanto en forma como en fondo, prácticamente al mismo nivel que “La mala educación”. Un salto al vacío de impecable factura técnica –la luminosa fotografía de José Luis Alcaine es mucho más terroríficamente efectiva que la oscuridad, y la banda sonora de Alberto Iglesias alterna con convicción los pasajes tenebrosos con los melodramáticos-, pero provisto de un trasfondo no apto para todos los públicos. Desasosegante, inclasificable, perturbadora, enfermiza,… Todo esto es solamente el superficial envoltorio de un producto en el que lo que importa es el contenido, quién es Vera y por qué fue expresamente elegida para satisfacer los deseos de Robert. Porque la segunda piel, esa que nos define realmente y que tenemos bajo esa que muchos queremos –o nos obligan- cambiar, permanece inmutable.
A favor: el flashback/venganza de Banderas y Anaya, y el genial trabajo de ambos
En contra: la poco convincente aparición del "tigre" Roberto Álamo
Valoración: ****
No hay comentarios:
Publicar un comentario