Distopía para dummies
Suzanne Collins viene a
engrosar la lista de otros compañeros de profesión como Stephanie Meyers o John
Marsden, que sirviéndose de ilustres referencias literarias o cinematográficas,
las actualizan, con más o menos ingenio, en un pastiche dirigido a un público
en plena efervescencia hormonal que se convence, desde el desconocimiento
cultural, de que el material que manejan es tremendamente original y supone el
cénit del género en el que se circunscriben. Y todos ellos, más allá de que sus
trabajos posean o no calidad literaria, tienen algo en común: dan lugar a
adaptaciones para la gran pantalla discutibles desde el punto de vista
cinematográfico.
Si en “Crepúsculo”
asistimos al vampirismo para dummies,
sin la ración de sexo y erotismo que los chupasangres siempre piden a gritos,
en “Los juegos del hambre” estamos ante una distopía para no entendidos en la
materia, para quienes no conozcan al Gran Hermano –el de Orwell, no el
televisivo-, para quienes no hayan disfrutado de espectáculos televisivos violentos
como los de “Rollerball” o “Perseguido (The Running Man)”, o para quienes no
conozcan esa magnífica obra del cine japonés que es “Battle Royale”, con la que
guarda más de un punto en común. No, aquí basta con ser carpetera, con asistir al cine con una buena ración de palomitas, y
servir una historia al alcance de todos los públicos, aunque los temas que se
traten sean de lo más interesantes. Y si a su audiencia afín no le es necesario
conocer sus referentes, para juzgar “Los juegos del hambre” no es tampoco
imprescindible haber leído su material de partida, por lo que esta valoración
es en base a la película en sí y no a la novela, que imagino tiene muchos más
matices que los que se muestran en su adaptación.
Llegados a este punto,
“Los juegos del hambre”, la película, falla en tantos puntos que merecería un
artículo completo. El defecto más grave es lo mal reflejado que está en el
guión el material en que se basa. No hay explicaciones acerca del papel de
algunos personajes importantes –el más acuciante, el de Donald Sutherland-, no
hay una razón clara para ese mundo alienado que nos presentan, ni tampoco conocemos
sus reglas -¿cómo funcionan realmente los juegos?, ¿cómo surgen algunos
recursos del mismo como los incendios provocados y las bestias?-, ni su look
–en este aspecto el atuendo de los ricos puede resultar hortera y ridículo- y ni
siquiera el pasado de los padres de la protagonista. Es como decir “si queréis
saber más, a leer los libros”. E incluso hay alguna situación no resuelta, como
la sublevación de un distrito de la que no sabremos nada más. Y no es válido en
absoluto defender este punto diciendo que hay que esperar a las futuras
entregas y hay que leer los libros. Una película debe mantener una cierta
coherencia narrativa absoluta por sí misma, con independencia de su referente, o
en cambio el público puede desconectar fácilmente de la propuesta y la distopía
deja de ser creíble por sus lagunas.
Ante tan mal
planteamiento, lo que queda es que al menos el desarrollo y el desenlace compensen
tal desbarajuste. Lamentablemente, esto no ocurre. Y en parte es culpa de su
realizador, Gary Ross, que también se encarga de parte del guión. Ross, venido
de “Pleasantville” y “Seabiscuit”, se muestra más cómodo en las escenas de
personajes que en las de acción. Tras una primera hora que posiblemente sea lo
más interesante del conjunto, comienzan los susodichos juegos, pero estos no
son todo lo intensos y espectaculares que debieran, por culpa de esa manía tan
de moda de llevar la cámara al hombro, de filmar a los personajes de cerca. El
montaje de las escenas de acción es caótico y mareante, buscando cumplir un
objetivo crucial: no mostrar más violencia de la necesaria.
Y es aquí donde viene
el tercer gran defecto de la película. Una vez más estamos ante un trabajo
pensado para dummies, concretamente
para una audiencia poco exigente que obliga a la cinta a hablar de la violencia
sin recurrir a la violencia. “Los juegos del hambre”, en este sentido, es una
propuesta tremendamente hipócrita y se queda a medio camino de sus
aspiraciones.
En medio de un guión
tan desajustado, que pasa de puntillas por temáticas de lo más interesantes, la
sensación es que podría haber dado mucho más de sí, pues potencial tiene. Sin
embargo, hay que romper una lanza a favor de su acertadísimo reparto, que si
bien cuenta con algunos secundarios muy mal aprovechados –el caso más alarmante
es el de Toby Jones, que está por estar-, está correcto en sus respectivos
papeles. Especialmente ese prodigio llamado Jennifer Lawrence, que sabe llevar
el peso dramático y físico de su protagonista, ayudada por la correcta banda
sonora y una fotografía efectiva.
Pero mirémoslo por el
lado bueno. Dentro de las adaptaciones de sagas literarias para adolescentes,
ésta es sin duda la más lograda. No es que eso la haga mejor película ni
justifique su existencia, pero ya es un consuelo. Aunque por la mente no para
de rondarme la idea de si “Los juegos del hambre” no es un suculento manjar
para la pequeña pantalla, más concretamente por cable, mucho menos encorsetada
en duración y calificación moral. Y si no, recordemos lo bien que les ha ido a
las criaturas de “True Blood”.
A favor: Jennifer
Lawrence, y que dentro de los productos juveniles, es el más logrado
En contra: su propia
condición de producto adolescente, y escollos de guión insalvables
Calificación: **