domingo, 12 de agosto de 2012

LA CRÍTICA: Los juegos del hambre

Distopía para dummies
Suzanne Collins viene a engrosar la lista de otros compañeros de profesión como Stephanie Meyers o John Marsden, que sirviéndose de ilustres referencias literarias o cinematográficas, las actualizan, con más o menos ingenio, en un pastiche dirigido a un público en plena efervescencia hormonal que se convence, desde el desconocimiento cultural, de que el material que manejan es tremendamente original y supone el cénit del género en el que se circunscriben. Y todos ellos, más allá de que sus trabajos posean o no calidad literaria, tienen algo en común: dan lugar a adaptaciones para la gran pantalla discutibles desde el punto de vista cinematográfico.

Si en “Crepúsculo” asistimos al vampirismo para dummies, sin la ración de sexo y erotismo que los chupasangres siempre piden a gritos, en “Los juegos del hambre” estamos ante una distopía para no entendidos en la materia, para quienes no conozcan al Gran Hermano –el de Orwell, no el televisivo-, para quienes no hayan disfrutado de espectáculos televisivos violentos como los de “Rollerball” o “Perseguido (The Running Man)”, o para quienes no conozcan esa magnífica obra del cine japonés que es “Battle Royale”, con la que guarda más de un punto en común. No, aquí basta con ser carpetera, con asistir al cine con una buena ración de palomitas, y servir una historia al alcance de todos los públicos, aunque los temas que se traten sean de lo más interesantes. Y si a su audiencia afín no le es necesario conocer sus referentes, para juzgar “Los juegos del hambre” no es tampoco imprescindible haber leído su material de partida, por lo que esta valoración es en base a la película en sí y no a la novela, que imagino tiene muchos más matices que los que se muestran en su adaptación.


Llegados a este punto, “Los juegos del hambre”, la película, falla en tantos puntos que merecería un artículo completo. El defecto más grave es lo mal reflejado que está en el guión el material en que se basa. No hay explicaciones acerca del papel de algunos personajes importantes –el más acuciante, el de Donald Sutherland-, no hay una razón clara para ese mundo alienado que nos presentan, ni tampoco conocemos sus reglas -¿cómo funcionan realmente los juegos?, ¿cómo surgen algunos recursos del mismo como los incendios provocados y las bestias?-, ni su look –en este aspecto el atuendo de los ricos puede resultar hortera y ridículo- y ni siquiera el pasado de los padres de la protagonista. Es como decir “si queréis saber más, a leer los libros”. E incluso hay alguna situación no resuelta, como la sublevación de un distrito de la que no sabremos nada más. Y no es válido en absoluto defender este punto diciendo que hay que esperar a las futuras entregas y hay que leer los libros. Una película debe mantener una cierta coherencia narrativa absoluta por sí misma, con independencia de su referente, o en cambio el público puede desconectar fácilmente de la propuesta y la distopía deja de ser creíble por sus lagunas.


Ante tan mal planteamiento, lo que queda es que al menos el desarrollo y el desenlace compensen tal desbarajuste. Lamentablemente, esto no ocurre. Y en parte es culpa de su realizador, Gary Ross, que también se encarga de parte del guión. Ross, venido de “Pleasantville” y “Seabiscuit”, se muestra más cómodo en las escenas de personajes que en las de acción. Tras una primera hora que posiblemente sea lo más interesante del conjunto, comienzan los susodichos juegos, pero estos no son todo lo intensos y espectaculares que debieran, por culpa de esa manía tan de moda de llevar la cámara al hombro, de filmar a los personajes de cerca. El montaje de las escenas de acción es caótico y mareante, buscando cumplir un objetivo crucial: no mostrar más violencia de la necesaria.


Y es aquí donde viene el tercer gran defecto de la película. Una vez más estamos ante un trabajo pensado para dummies, concretamente para una audiencia poco exigente que obliga a la cinta a hablar de la violencia sin recurrir a la violencia. “Los juegos del hambre”, en este sentido, es una propuesta tremendamente hipócrita y se queda a medio camino de sus aspiraciones.

En medio de un guión tan desajustado, que pasa de puntillas por temáticas de lo más interesantes, la sensación es que podría haber dado mucho más de sí, pues potencial tiene. Sin embargo, hay que romper una lanza a favor de su acertadísimo reparto, que si bien cuenta con algunos secundarios muy mal aprovechados –el caso más alarmante es el de Toby Jones, que está por estar-, está correcto en sus respectivos papeles. Especialmente ese prodigio llamado Jennifer Lawrence, que sabe llevar el peso dramático y físico de su protagonista, ayudada por la correcta banda sonora y una fotografía efectiva.


Pero mirémoslo por el lado bueno. Dentro de las adaptaciones de sagas literarias para adolescentes, ésta es sin duda la más lograda. No es que eso la haga mejor película ni justifique su existencia, pero ya es un consuelo. Aunque por la mente no para de rondarme la idea de si “Los juegos del hambre” no es un suculento manjar para la pequeña pantalla, más concretamente por cable, mucho menos encorsetada en duración y calificación moral. Y si no, recordemos lo bien que les ha ido a las criaturas de “True Blood”.

A favor: Jennifer Lawrence, y que dentro de los productos juveniles, es el más logrado
En contra: su propia condición de producto adolescente, y escollos de guión insalvables

Calificación: **
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