domingo, 17 de mayo de 2015

LA CRÍTICA. Mad Max: Furia en la carretera

Fe en el cine
Si algo demostraban los primeros cuarenta minutos de la última entrega de la trilogía original de “Mad Max”, antes de viajar más allá de la Cúpula del Trueno, era el concepto que tenía el propio George Miller de su vástago cinematográfico, a base de hiperbolizar el universo punk que él mismo había creado. “Mad Max: Furia en la carretera” da un paso más allá en este universo creativo, y une el ritmo de la gloriosa persecución final de la segunda entrega de la franquicia con ese mundo desquiciado, desolado y peligroso que mostrase su sucesora en su primer tramo, en el que la sangre se mide en nivel de octanaje tanto como la gasolina que hace rugir los motores de un V8.

El resultado es un espectáculo pantagruélico, en el que el carburante se huele en cada fotograma, en el que las explosiones asordan y el ritmo es tan frenético como un chute de nitro. Sin duda, la mejor película de acción y el mejor blockbuster de los últimos años, donde música a imagen van de la mano, que promete lo que da y más, y que deja la acción de “Fast & Furious” como si fuera “Los autos locos”. Bizarra, enfermiza, caótica, salvaje… es como si Russ Meyer hubiera vuelto de una noche de resaca y hubiera querido traer el ozploitation al cine mainstream moderno. Una locura, vamos.


Cuando creíamos haberlo visto todo en el séptimo arte, llega George Miller, a sus 70 años, da un sonoro golpe en la mesa y nos demuestra lo equivocados que estábamos. No sólo a nivel de acción, demostrando que las ideas no se le agotan, sino a nivel conceptual. “Mad Max: Furia en la carretera” nos sumerge en un mundo post-apocalíptico que consigue darle una vuelta de tuerca a lo ya visto y tejer un universo propio a partir de otro que ya los fans del género conocen de sobra. Un derroche de ingenio con el que el director se desmarca de sus productos infantiles anteriores y se eleva como nuevo Mesías del celuloide, como un maestro y un auténtico visionario que se redime de sus nefastos últimos veinte años. Con un par. Un film que huele a clásico instantáneo desde ya.


Y más allá de la arena, del Walhalla y de esa sociedad dictatorial y descorazonadora, lo que sorprende de la propuesta es que existe una poesía bajo todo el caos que la rodea, materializada ya sea por ese antihéroe en plena huida de sus fantasmas personales hacia ninguna parte al que encarna con convicción Tom Hardy, de ese kamikaze con aspiraciones de libertad en el que se convierte el personaje de Nicholas Hoult –primera vez que me emociona este chico en pantalla-, o de esa heroína que es pura testosterona con el bestial pero a la vez bello rostro de Charlize Theron, sin duda la mejor de la función. Con ellos, Miller consigue, aunque no lo parezca por la aparatosidad y excentricidad del conjunto, un relato de esperanza y Humanidad sin fisuras. Una excentricidad que podrá dejar atrás a más de un espectador por estrafalaria y excesiva. Pero así es la renovación de la franquicia que propone Miller desde el primer minuto. O te subes al convoy, o mueres en medio del desierto. Así de sencillo, de directo y brutal. Volvamos a creer en el cine.

A favor: todo, pero especialmente su aire de clásico moderno
En contra: su excentricidad puede dejar fuera del convoy a más de uno

Calificación *****
                                                                  Imprescindible

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