viernes, 17 de octubre de 2014

LA CRÍTICA. Relatos salvajes

Un día de furia
En “Malditos bastardos”, Tarantino culminaba cada historia con un estallido de violencia, después de hacer cargar a sus personajes con minutos y minutos de tensión verbal. En Relatos salvajes”, Damián Szifron hace lo propio sometiendo a sus personajes a una presión insostenible en esa Argentina tan extrapolable repleta de corrupción, traiciones, infidelidades, injusticias sociales y luchas de clases. El resultado es el mismo, la bomba de relojería que es el ser humano termina por hacer explosión, y la onda expansiva acaba alcanzando a propios y extraños. Porque alguien tiene que librarnos de los malnacidos que gobiernan a golpe de talonario, de los que siempre se van de rositas mientras otros pringan, o de manera genérica de todo aquel que nos haga la vida imposible.

Szifron estructura la cinta en seis episodios donde la indignación ante las injusticias o el que se rían en tu propia cara son motivos suficientes para que se desate esa violencia contenida que busca desesperadamente una válvula de escape. Ya en su primer relato salvaje, un ejemplo perfecto de síntesis a la hora de presentar, desarrollar y finalizar una historia, el cineasta deja claras sus intenciones, la de no dejar títere con cabeza ni dar puntada sin hilo, la de tirar de mala baba y humor negro para justificar sus decisiones artísticas, por muy inverosímil que resulte lo que ocurre en cada trama. Su nueva película es una patada en la boca del estómago, una propuesta que se debe entender como un colosal chiste sobre ese despreciable ente que es el ser humano, aunque el chiste en sí mismo arranque más de una risa incómoda.


Un guión bien hilvanado, repleto de malicia y mala leche, una dirección impactante y directa, y un reparto espléndido –a destacar el fenomenal trabajo de Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Rita Cortese y Érica Rivas- coronan uno de los productos argentinos más mordaces y ácidos que nos han llegado en los últimos años. Eso sí, bastante irregular en lo que a potencia de sus historias independientes se refiere, quedando para el recuerdo especialmente ese peculiar “El diablo sobre ruedas” que es “El más fuerte”, y dejando en el aire si no habría sido mejor finalizar algunas de ellas de una manera más convincente –el final con tintes sociales y políticos de “Bombita” chirría bastante-, pero un fiel reflejo de lo que es capaz una persona ante situaciones límite. Al fin y al cabo, todos tenemos derecho a perder el control, a nuestro particular día de furia.


A favor: la contundencia de algunas de sus historias, especialmente “El más fuerte”; la mala leche que encierra cada frase y fotograma
En contra: no todas las historias son igual de potentes

Calificación ****

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