sábado, 25 de octubre de 2014

LA CRÍTICA. Maps to the stars

Arde Hollywood
Hollywood merece ser purificado. Ya sea ardiendo en llamas o ahogándose en sus propios excesos, pero merece ser purificado. Eso es lo que parece dar a entender David Cronenberg con su nuevo trabajo, un aséptico retrato de los bajos fondos y las miserias que envuelven las vidas de ese enorme nido de ratas incestuoso que es la Meca del Cine, un territorio hostil que necesita urgentemente ser fumigado y en el que conviven divas venidas a menos, estrellas malogradas, juguetes rotos, sueños convertidos en pesadillas y pirómanos sentimentales y funcionales deseosos de flambear los fantasmas de su pasado.

Tal y como hiciera en su trilogía de la violencia, el canadiense parece dar continuidad a una nueva antología de títulos que se iniciara con “Cosmópolis”, más allá de que aparezca Robert Pattinson, que parece haber encontrado en Cronenberg a su padre cinematográfico, a bordo de una limusina. Si aquélla se erigía como un relato cerebral y frío sobre la alienación individual en un mundo regido por un capitalismo en vías de extinción, la que nos ocupa pone el dedo en la llada y se divierte hurgando en ella para firmar una crónica negra sobre un universo interiormente dominado por la fama y el reconocimiento. Eso sí, sin la agonía autoconsciente que caracterizaba a su anterior película, sin ese nihilismo generalizado que puede llevar al hastío.


Porque “Maps to the stars” es, aunque su esterilizado envoltorio pueda hacer pensar lo contrario, un divertimento personal de un cineasta que lleva años metido en la industria. Es, y esto es lo más sorprendente, una de las propuestas más siniestras y oscuras de su hacedor, un cuento infectado revestido de aparente normalidad que esconde bajo sus muchas capas de esterilización una insondable dosis de mala leche.


Todo en ella desprende maldad. Sus personajes, interpretados con convicción por un reparto que va desde un recuperado John Cusack hasta una soberbia Julianne Moore que se convierte en lo mejor del conjunto, pasando por alguna decisión de casting discutible pero que no desentona –ay, Wasikowska-. Esa forma tan particular de concebir unos planos que no necesitan de exceso sangre, violencia ni sexo –que hay de todo esto también, ojo- para resultar enfermizos. Su malicioso guión, repleto de sublecturas hacia la industria del entretenimiento y los animales que le dan vida. Y su final, ése en el que la purificación fratricida es la clave de la desratización. Un inteligente ejercicio de gélida narrativa pero cicatrices inflamables en el que, eso sí, se sigue echando de menos al Cronenberg infectado, el mismo que antaño no confundía la carne cinematográfica con la verborrea existencialista.



A favor: Julianne Moore, su visión de Hollywood y la mala leche que encierra
En contra: se sigue echando de menos al creador de la Nueva Carne

Calificación ***1/2   

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