Arriba y abajo
Dos planetas girando al
unísono, como unidos por el mismo tubo invisible, de manera que sobre las
cabezas de los habitantes del desolador Mundo de Abajo se alzan las enormes
urbes del próspero Mundo de Arriba, que somete económicamente a sus vecinos
vendiéndoles a precios abusivos el petróleo que extrae de su interior. Está
prohibido cruzar de un mundo a otro y quien lo haga se verá atraído sobre la marcha
por la gravedad que rige su mundo. Y pese a que puede pasarse materia de un
mundo a otro aprovechando este mismo principio, dicha materia no tarda en arder
en cuanto entra en contacto con la materia del mundo vecino.
Ante esta premisa, uno
no puede evitar acordarse del onírico momento de “Inception” en el que DiCaprio
jugaba con las leyes de la física replegando la ciudad de París sobre sí misma.
Y también es imposible no pensar en la imagen especular terrestre de “Another
Earth”. En ambos casos la idea era anecdótica y secundaria, meros pretextos
para bucear en los recovecos de la mente humana y divagar sobre las
consecuencias de nuestros actos.
En “Upside Down”, la
idea se queda nuevamente en algo secundario, en esta ocasión en beneficio de
una historia de amor trillada entre dos jóvenes pertenecientes a dos mundos y
clases sociales totalmente opuestas. Las leyes del universo propuesto por el
argentino Juan Solanas en su segundo largometraje se resumen al comienzo en una
voz en off cuya dicción puede producir más de un sonrojo, para desaprovechar totalmente
la idea de partida en un romance que no consigue traspasar la pantalla. Porque
lo peor que le puede pasar a una película romántica es que su pareja
protagonista –ella, Kirsten Dunst, mucho mejor a nivel interpretativo que él, un
Jim Sturgess que me ha recordado al malogrado Taylor Kitsch - no tenga ningún
tipo de química.
Así que lo que le queda
para salvar los muebles es el contexto sci-fi en el que se desarrolla. Sin
embargo, conforme pasan los minutos, el mundo que nos presenta “Upside Down” se
tambalea y acaba por colapsarse sobre sí mismo por culpa de una serie de
incongruencias que no dejan de amontonarse arriba y abajo a lo largo del
metraje. Porque o yo peco de tonto o no entiendo por qué al pasar de un mundo a
otro la sangre no se les sube a la cabeza, y los pelos o la ropa no les cuelgan
como si estuvieran boca abajo. O por qué, en cierto momento decisivo de la
trama en que los dos protagonistas cuelgan de un bloque suspendido entre ambos
mundos, uno de ellos se queda colgando en dirección al mundo hacia el que cae
el otro. Ni siquiera el momento más interesante del film, ese en el que se
altera el orden establecido, acaba resumido nuevamente en una narración en off
forzada y en la que impera el final feliz.
Y, pese a todo, la
cinta se degusta con suma facilidad, aunque sea por desgranar los mil y un
descalabros que la componen. En parte también porque el universo de Solanas
acaba dando imágenes de una belleza excepcional, casi pictórica, pese a que en
algunos momentos sus fondos y su fotografía resulten de lo más artificiales. Algo
imperdonable teniendo en cuenta que esta ambiciosa fantasía europea ha costado
lo suyo, pero un mal menor si consideramos lo desbalanceado que está el
conjunto.
A
favor: la idea de partida
En
contra: lo desaprovechada y mal desarrollada que está dicha
idea en beneficio de una historia de amor que no traspasa la pantalla
Calificación: **
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