Y un Shin Tzu
Da la sensación de que
el cine independiente no ha avanzado demasiado desde que Tarantino irrumpiera
en el medio y lo redefiniera con “Reservoir Dogs” y “Pulp Fiction”. Desde
entonces han surgido cineastas a uno y otro lado del charco que han copiado la
misma mezcla de ladrones, mafiosos, violencia y diálogos afilados. Un cine con
el piloto automático puesto rumbo hacia la categoría de culto, pero mecánico si
no fuera por la pericia tras la cámara y el sentido del montaje de sus
responsables.
Martin McDonagh lo
tiene todo para pertenecer a esta estirpe de realizadores. Sus guiones son una
joya, hay una extraña comunión entre público y personajes pese a lo
despreciables que pueden llegar a ser estos últimos, y se rodea de unos
camaradas actores que dan lo mejor de sí mismos. Ya en su primera escena
asistimos a toda una declaración de intenciones y un resumen de lo que nos
encontraremos en “Siete psicópatas”: dos matones hablando de temas triviales
ajenos a la amenaza armada que se aproxima hacia ellos en segundo plano. Lo fórmula
se compone básicamente del humor negro y a ratos absurdo de los hermanos Coen,
la incontinencia verbal de Tarantino y el retrato violento de los bajos fondos
de los primeros trabajos de Guy Ritchie.
Pero el gran problema
de McDonagh es que no es ni Tarantino, ni los hermanos Coen, y ni tan siquiera
Ritchie. No tiene nervio, le falta el arrojo visual y narrativo que demanda una
historia tan desmadrada y psicopática como esta, la de un guionista en plena
crisis creativa y su desequilibrado amigo actor dedicado al secuestro de perros
que se ven metidos hasta el cuello en problemas con un mafioso por culpa de un Shin
Tzu. En “Escondidos en brujas” la fórmula funcionaba porque ésta no demandaba más
artificios artísticos que su mismo libreto, pero aquí se hace imprescindible en
el mismo momento en que se añade humor a la ecuación.
McDonagh juega
inteligentemente en el guión con la metaficción, y durante la primera mitad las
componentes de la fórmula funcionan. Las historias de estos siete psicópatas
interesan, entretienen –la mejor sin duda la del cuáquero-, y el director juega
a mofarse de las constantes del cine hollywoodiense fundiendo realidad y
ficción hasta el paroxismo, hasta que la misma ficción acaba superando a la
realidad de la película. Sin embargo, el ritmo de la narración no sigue al de
la trama, y una acaba engullendo a la otra. A partir del pasaje en el desierto,
a McDonagh se le acaban los ases bajo la manga y la capacidad de sorpresa
disminuye.
Y eso que en su
beneficio cuenta también con un reparto carismático que eleva la propuesta. Colin
Farrell se ha convertido en su actor fetiche particular, y le saca el jugo como
nadie. Sam Rockwell está desquiciado, sublime, es el alma de sus compañeros.
Christopher Walken es un maestro, sin más, y nada tiene que demostrar. Woody
Harrelson está en su línea, y hasta los cameos de Tom Waits y Harry Dean Stanton
dejan huella. Todos aportan su pequeño granito de arena a esas magníficas
piezas argumentales que componen las historias de estos siete psicópatas, y un
Shin Tzu, a los que les habría venido de perlas una mayor dosis de
esquizofrenia colectiva.
A
favor: su reparto, en especial Sam Rockwell y Christopher
Walken, su guión y la historia del psicópata cuáquero
En
contra: el ritmo narrativo acaba por no seguir el ritmo de
la trama, le falta esquizofrenia colectiva
Calificación: **1/2
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