La enfermedad ajena
El cine de Haneke no es
para todos los públicos. Su universo, en el que saca a relucir lo más mezquino
del ser humano, es de difícil digestión. Busca incomodar al espectador, hacerle
sufrir, darle una sonora bofetada y dejarle la sensación de estar viendo una
buena pero dura película, de complicado visionado. “Amor” es la aparente
ruptura con esta tendencia, si se me permite la palabra, psicótica, pero si
escarbamos en su superficie nos daremos cuenta de que el sello del cineasta
austriaco destila en cada fotograma.
En ella asistimos a una
historia de lo más normal, contada con sencillez y honestidad. La historia de
una pareja de ancianos cuya vida se adivina feliz y pletórica con el paso de
los minutos, pero que deberá luchar con el deterioro físico, psicológico y
mental de la mujer. Haneke cuenta su historia desde la cotidianeidad tanto del
que afronta la enfermedad ajena como de quien la sufre. Y lo hace con su
habitual sobriedad escénica, casi teatral, con la interiorista fotografía de
Darius Khondji, con las acertadas composiciones de Bach, Schubert y Beethoven acompañando
el día a día de la otrora pareja de músicos.
Pero aquí, el director
no necesita recurrir a la violencia, carnal o no, de anteriores trabajos. Lo
violento e incómodo de estos se encuentra aquí en la situación que se describe,
en esa cámara fija y distante que obliga a la platea a ser testigo contra su
voluntad de la decadencia de Anne y Georges. La contundencia visual de “Funny
Games” o “La pianista” da paso aquí a la sutileza, al ritmo pausado , a la
disertación sobre la vejez, el amor y la vida misma, mucho más que sobre la
muerte. En su tema central se parece a la fantástica “Arrugas”, pero su
tratamiento es totalmente opuesto. Y, pese a su sutileza, lo que se nos muestra
sigue siendo crudo, incómodo, siendo en este punto donde intuimos al Haneke de
siempre.
Por supuesto, nada de
esto sería posible sin su pareja protagonista, entregada en cuerpo y alma a
transmitir la naturalidad que sus personas, que no personajes, requieren para
traspasar la pantalla. Ella, Emmanuelle Riva, tiene el difícil reto de
transmitir con pocos gestos, con la mirada, y se desnuda física y moralmente en
cada plano. Él, Jean-Louis Trintignant, quizá el más infravalorado por la
crítica, es quien en mi opinión lleva la mayor parte del peso del relato,
transmitiendo a la perfección la impotencia y la desesperación que producen en
uno el mal ajeno.
No es “Amor” una
película fácil, y aquí volvemos a encontrarnos con el Haneke de antaño. Pero
es, como el “A Straight Story” de Lynch, la menos personal de su filmografía,
su película menos “Haneke”. Yo he echado de menos al amargo director de
siempre, al que te sacude sin miramientos durante todo el metraje. Sé que estoy ante una buena película, pero no acaba de llegarme su discurso. Tiene una
gelidez y una esencia tan arisca que me obliga a desconectar, y pese a ello
admiro su trabajo. Genera en mí sentimientos contradictorios imposibles de
expresar en palabras. Ha podido conmigo, pero no puedo mostrarme indiferente. Es
posible que Haneke haya vuelto a conseguir lo que quería. Pero está lejos de
ser la obra maestra que muchos dicen haber visto.
A
favor: su pareja protagonista, la sobria dirección de
Haneke, que consigue hacer sufrir con su sutileza
En
contra: su extrema gelidez general, y que no estemos ante
el Haneke más personal
Calificación: ***
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