El caballo de la esperanza
Decía
el filósofo y escritor español, y padre del Noucentisme catalán, Eugenio d’Ors,
que “Cualquier guerra entre europeos es una guerra civil”. Yo iría incluso más
allá. Cualquier guerra entre humanos en sí misma es una guerra civil, si
tenemos en cuenta que todos podemos ser considerados hermanos.
En una de las escenas
más sinceras, y emotivas, de “War Horse”, Spielberg parece querer evocar las
palabras del ensayista español. Dos soldados, uno alemán y otro inglés, unidos
en tierra de nadie para ayudar a salir a un caballo de los alambres que le
impiden seguir su camino. Un caballo que, despojado de su hogar y su amo,
vagará entre ambos frentes siendo testigo de cómo los hombres matan a otros
hombres, convirtiéndose su obstinación y empeño por volver a casa –uno de los
temas recurrentes del cine spielbergiano,
el regreso a casa, a los brazos del padre perdido- en todo un símbolo de esa
esperanza que, como bien apuntaba Tito Livio, no se correspondía con los
acontecimientos en tiempos de guerra.
Los mejores momentos de
este caballo de guerra son, precisamente, los que muestran la deshumanización
de la raza a través de una mirada equina extraordinariamente humana. Los actos
bélicos en la película resultan atroces cuando se comparan con los idílicos
pasajes que impregnan la narración, que van desde el adiestramiento del animal,
su relación con la niña francesa o esos dos hermanos alemanes que recibirán un
castigo injusto, dignificado gracias a las aspas de un molino.
Spielberg, hasta ahora,
había sabido encontrar el equilibrio entre el cine bienintencionado de “E.T.” y
el cine bélico, dando obras tan contundentes como “Salvar al soldado Ryan”, “La
lista de Schindler” o la imperecedera “El imperio del sol”, que no ocultan en
ningún momento el sello familiar de su director. Pero con “War Horse”, pese al
tan logrado contraste entre la crudeza y las buenas intenciones, el resultado se
encuentra ciertamente descompensado, y la carga de azúcar se eleva adquiriendo
tintes tristemente disneyianos –no es
casualidad, Disney está detrás de la propuesta-.
Por supuesto,
técnicamente no hay nada que reprocharle. Buenas actuaciones, una fotografía
magistral de Janusz Kaminski que da planos realmente bellos –el reencuentro
final, rememorando “Lo que el viento se llevó”, es sublime-, una banda sonora
de John Williams que va desde lo innecesariamente cómico –ese ganso del tramo
inicial- hasta lo elocuentemente emocional, y, cómo no, el buen hacer tras la
cámara de todo un maestro a la hora de contar historias, que tras su periplo
digital con Tintín ha optado por cambiar a un registro más clásico. Pero la
época de ese extraterrestre simpaticón pasó hace tiempo. Para transmitir amor a
los animales y valores humanos no era necesario ser tan ingenuo.
A favor: el contraste entre buenas intenciones y crudeza bélica
En contra: su ingenuidad y exceso de buenas intenciones
Valoración: **1/2
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