Un
número musical abrió la ceremonia. Ese recurso tan manido al que la Academia ya
había recurrido con anterioridad, y entre desafinados y malas coreografías,
destacamos las intervenciones musicales de Coronado, Banderas y ¡Almodóvar! A
continuación, Eva Hache hizo gala de su verborrea y un sarcasmo incómodo –esos
chistes sobre la agilidad de la gala, de la homenajeada ausente, Josefina
Molina, del discurso del presidente- en un monólogo que recordaba
sospechosamente a su Club de la Comedia, centrado en la crisis económica y cómo
afecta al cine.
Pero ni ella,
cuyas apariciones eran tan contadas como las de Buenafuente el año pasado, supo
levantar una gala condenada al ostracismo. Y nos ofreció lo mismo de siempre:
una velada aburrida, larga, tediosa, con agradecimientos demasiado extensos
–muy oportuno el vídeo de Cayetana Guillén Cuervo recordando a los asistentes
que vayan al grano tras el largo discurso de Lluís Homar-, premios otorgados
con celeridad pero sin chispa, un espontáneo importunando a Isabel Coixet y
poniendo un año más en entredicho la seguridad del recinto… Todo viene a
demostrar lo mismo de siempre, la falta de originalidad de los guionistas de la
gala. Y el tedio acabó cuando apareció nuestro Billy Crystal particular,
Santiago Segura, el amigo de todos, procurando no enfadar a Almodóvar y sus
gafas de sol y comparando a Torrente con el Santos Trinidad de José Coronado.
Coronado, ese
gran actor redefinido desde hace una década gracias a Urbizu, con el que se
hizo justicia anoche, y que no se creía el momento que estaba viviendo. No fue
con el único, pues el reparto de premios fue justo y equitativo. Todo muy
repartido, y de qué manera, pues pocos se fueron con las manos vacías.
“Blackthorn” y “La piel que habito” empataban a cuatro, “EVA” y “La voz
dormida” a tres y “Arrugas” se llevó dos, acabando con esa ley no escrita que dictamina que los
filmes de animación no pueden aspirar a otro premio que no sea el de mejor
película animada. Una de las ceremonias con mejor reparto de la historia, en la
que hubo paz para todos. Paz para Lluís Homar, Ana Wagener y Elena Anaya, que
ya lo estaban mereciendo, y para dos intérpretes revelación como Jean Cornet y
María León, que no se lo merecían menos. Paz, aunque desde sea desde el atril
en las palabras de Coixet, para el juez Garzón: "Me gustaría que no
hubiera paz para los malvados, pero parece que sí la hay", dijo la
cineasta. Y paz para una recuperada Silvia Abascal, que recibió una ovación
unánime de sus compañeros entre lágrimas y sonrisas cómplices.
Pero nada de paz para Álex de la Iglesia, que tuvo que aguantar como
pudo el forzado y bochornoso discurso del nuevo presidente, Enrique González
Macho, que le mencionó indirectamente con sus declaraciones: “Internet no forma
todavía parte de la actividad económica del cine. Desgraciadamente todavía no
es una alternativa”. Y desgraciadamente, así piensa el nuevo presidente. ¿Habrá
paz para él algún día? Veremos el año que viene.
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