Un
telefilm por la puerta grande
Este
año, y sin contar a la potente y salvaje Rooney Mara del Millennium de David
Fincher, las cuatro candidatas restantes al Oscar a mejor actriz tienen un
denominador común: son lo mejor, o más destacable, de sus respectivas
películas, propuestas insulsas, superficiales y hechas para que se luzcan desde
el primer minuto hasta el último. Desde la azucarada “Criadas y señoras”, donde
brilla con luz propia Viola Davis, hasta esa superficial dama de hierro con el
inmejorable rostro de Meryl Streep, pasando por la pétrea “Albert Nobbs” de la
más pétrea aún, aunque extrañamente expresiva desde su inexpresividad, Glenn
Close, estamos ante ejemplos de grandes papeles para grandes actrices en
mejorables películas. Y “Mi semana con Marilyn” no escapa a esta tendencia.
Ya para empezar, al
film del debutante Simon Curtis se le aprecia el toque Weinstein, ese que tanto
encanta a los académicos. Una dirección muy british,
casi televisiva, sin mayor riesgo formal que el blanco y negro y algún acierto
puntual de fotografía. Todo muy correcto. Y, cómo no, una figura central
carismática que huela a estatuilla dorada.
Con “Mi semana con
Marilyn”, y esto debe quedar bien claro, no asistimos a una biografía de
Marilyn Monroe, sino a un pedazo de su vida, el que comprendió el rodaje de “El
príncipe y la corista”, y a través de este trata de recomponer en poco tiempo los
matices del carácter de la ambición rubia. Y lo consigue a base de detalles,
siendo lo más interesante precisamente los incidentes que la diva provocó
durante la realización y que desató las iras de su director y compañero de
reparto, sir Laurence Olivier. Sus famosos y constantes retrasos; el choque
entre los métodos interpretativos de ambos;, la omnipresencia de la irritante y
manipuladora Paula Strasberg; la fragilidad e inseguridad de Norma Jeane, la
mujer que se definía según el hombre que la acompañara, frente a la Marilyn que
enamoraba a todos con su presencia en cuanto le cogía el punto a su personaje…
Todo está bien retratado por trozos, pero su guión falla estrepitosamente por
intentar abarcar demasiado en tan poco tiempo.
Primero comienza siendo
la historia de un joven Colin Clark que quiere trabajar en la industria del
cine, después se centra más en Laurence Olivier, sigue explotando la
personalidad de Marilyn a través de su relación con Clark, muy mal desarrollada
por otro lado, y acaba tratando de rendir homenaje a la estrella de la que
todos quedaron prendados. “Mi semana con Marilyn” es tan vacía, tan irregular,
que solo se puede salvar por el talento interpretativo de su protagonista, una
Michelle Williams que no posee la voluptuosidad de Marilyn, pero que sin duda
capta su esencia, su magnetismo ante la cámara.
Pero si algo sobresale
por encima del conjunto, incluso de la propia Williams, es la sorprendente
caracterización de Kenneth Branagh como Laurence Olivier. Por momentos es como
si el maestro inglés se hubiera visto reencarnado en este actor tan amante de
Shakespeare que no se podía esperar de él más que un homenaje a uno de los más
grandes enamorados del autor británico. El resto de los actores, descontando a
la siempre perfecta Judi Dench, hacen lo que pueden, aunque ya podrían haber
escogido a otro partenaire que no
fuera Eddie Redmayne, otro de los muchos puntos débiles de este telefilm que
nos llega por la puerta grande.
A favor: Michelle Williams y, sobre todo, Kenneth Branagh
En
contra: su ritmo irregular, su flojo guión, su estética de telefilm…
Valoración: **
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