Criaturas salvajes
¿Cómo empieza esta
historia? Con un chico. Demasiado mayor para ser un niño. Demasiado joven para
ser un hombre. Un niño que llamó a un monstruo para superar el miedo a la
pérdida, para seguir adelante. Un monstruo que es la historia en sí mismo. Una
criatura salvaje que, como cualquier historia, no sabes los desastres que es
capaz de causar una vez lo sueltas.
Con su nueva criatura
cinematográfica, J.A. Bayona esgrime la que es su cinta más madura, que no la
mejor de su filmografía, pero sí la que reboza una mayor sabiduría cinematográfica
en cada fotograma. Y ya eso es mucho decir teniendo en cuenta su currículum.
Pero también se perfila como un excelente narrador de historias, algo que lleva
haciendo desde sus comienzos en esto del séptimo arte, pero que en esta ocasión
alcanza unas cotas de excelencia que no son propias de un cineasta que presenta
su tercer trabajo tras las cámaras.
Con “Un monstruo viene
a verme”, Bayona vuelve a hablar como antaño de la familia y el legado, del dolor
que provoca la pérdida de un ser querido y cómo afrontarlo, poniendo nuevamente
a un menor de edad en el epicentro de la trama. Pero además modula su discurso
cinematográfico para hablar del arte de contar relatos, no sólo a nivel visual –maravillosa
la forma de contar los tres cuentos que componen cada visita del monstruo-, sino
como tradición oral que sirva para canalizar esa ira y esa frustración que provocan
algo tan difícil como decir adiós a un ser querido.
Un cuento formado por
otros cuentos que no sólo hace gala de una excelente factura técnica y
artística, sino de un formidable trabajo actoral, destacando el pequeño Lewis
MacDougall y la siempre eficaz Sigourney Weaver –excluyamos a Toby Kebbell, por
favor-, de una emotiva partitura a cargo de Fernando Velázquez, de un libreto
repleto de sublecturas y aristas escrito por el propio autor de la novela, y de
un deslumbrante trabajo de fotografía de un habitual patrio, Óscar Faura.
Estamos, muy
probablemente, ante la obra para toda la familia más adulta y madura del año.
Un torrente de emociones de lo más comedido, dados los antecedentes de su autor,
que pese a las raíces lacrimógenas y sensibleras sobre las que se levanta este
monstruoso árbol fílmico, no cae en los excesos manipuladores y efectistas de
su anterior película. En su lugar, Bayona deja respirar a su fábula, con el
convencimiento de que no necesita más que eso para relatar el cuento que tiene
en mente. Porque con contarlo basta y sobra. Porque una historia puede
transformar al ser humano, las que nos cuentan nuestros antepasados. Porque
todos nosotros somos criaturas salvajes, y estamos hechos de historias.
A
favor: su madurez, que no caiga en la sensiblería
gratuita, y su excelente factura técnica y artística
En
contra: habrá quien siga tachando a Bayona de manipulador y
sensiblero
Calificación ****
No
se la pierda
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