viernes, 2 de diciembre de 2016

LA CRÍTICA. Un monstruo viene a verme

Criaturas salvajes
¿Cómo empieza esta historia? Con un chico. Demasiado mayor para ser un niño. Demasiado joven para ser un hombre. Un niño que llamó a un monstruo para superar el miedo a la pérdida, para seguir adelante. Un monstruo que es la historia en sí mismo. Una criatura salvaje que, como cualquier historia, no sabes los desastres que es capaz de causar una vez lo sueltas.

Con su nueva criatura cinematográfica, J.A. Bayona esgrime la que es su cinta más madura, que no la mejor de su filmografía, pero sí la que reboza una mayor sabiduría cinematográfica en cada fotograma. Y ya eso es mucho decir teniendo en cuenta su currículum. Pero también se perfila como un excelente narrador de historias, algo que lleva haciendo desde sus comienzos en esto del séptimo arte, pero que en esta ocasión alcanza unas cotas de excelencia que no son propias de un cineasta que presenta su tercer trabajo tras las cámaras.

Con “Un monstruo viene a verme”, Bayona vuelve a hablar como antaño de la familia y el legado, del dolor que provoca la pérdida de un ser querido y cómo afrontarlo, poniendo nuevamente a un menor de edad en el epicentro de la trama. Pero además modula su discurso cinematográfico para hablar del arte de contar relatos, no sólo a nivel visual –maravillosa la forma de contar los tres cuentos que componen cada visita del monstruo-, sino como tradición oral que sirva para canalizar esa ira y esa frustración que provocan algo tan difícil como decir adiós a un ser querido.


Un cuento formado por otros cuentos que no sólo hace gala de una excelente factura técnica y artística, sino de un formidable trabajo actoral, destacando el pequeño Lewis MacDougall y la siempre eficaz Sigourney Weaver –excluyamos a Toby Kebbell, por favor-, de una emotiva partitura a cargo de Fernando Velázquez, de un libreto repleto de sublecturas y aristas escrito por el propio autor de la novela, y de un deslumbrante trabajo de fotografía de un habitual patrio, Óscar Faura.


Estamos, muy probablemente, ante la obra para toda la familia más adulta y madura del año. Un torrente de emociones de lo más comedido, dados los antecedentes de su autor, que pese a las raíces lacrimógenas y sensibleras sobre las que se levanta este monstruoso árbol fílmico, no cae en los excesos manipuladores y efectistas de su anterior película. En su lugar, Bayona deja respirar a su fábula, con el convencimiento de que no necesita más que eso para relatar el cuento que tiene en mente. Porque con contarlo basta y sobra. Porque una historia puede transformar al ser humano, las que nos cuentan nuestros antepasados. Porque todos nosotros somos criaturas salvajes, y estamos hechos de historias.

A favor: su madurez, que no caiga en la sensiblería gratuita, y su excelente factura técnica y artística
En contra: habrá quien siga tachando a Bayona de manipulador y sensiblero

Calificación ****
No se la pierda

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