lunes, 9 de marzo de 2015

LA CRÍTICA. Kingsman: Servicio Secreto

Por los buenos modales
Una película que empieza con el “Money For Nothing” de Dire Straits y prosigue con unos soberbios títulos de crédito, cuya única pega es que duran muy poco, promete quizá demasiado en un corto periodo de tiempo. A partir de aquí, existen dos opciones. O se queda en esa promesa y no va a más, o lo mejor está por venir. Lo nuevo de Matthew Vaughn, afortunadamente, sigue el segundo camino, confirmándole como un excelente adaptador de cómics al celuloide –no he leído la novela gráfica original, pero el resultado como film es brillante- tras resucitar la saga mutante marvelita y llevar a la gran pantalla con una sobredosis de ingenio otra obra icónica de Mark Millar, bastante más freak y trash, como “Kick-Ass”.

“Kingsman: Servicio Secreto” es una versión carente de complejos del espía de toda la vida, de los famosos J.B. que ha dado el cine -con James Bond y Jason Bourne a la cabeza- o la pequeña pantalla -ese reivindicable Jack Bauer-, con sus gadgets, sus misiones imposibles y su licencia para matar de la manera más espectacular y rocambolesca imaginable. Pero todo con una flema marcadamente british. Porque este film destila esa pomposidad tan insoportable de los británicos, defendiendo que los buenos modales, incluso con gotitas de incorrección política cada vez más frecuentes y agradecibles, hacen al hombre. Y excavando bajo su superficie encontramos incluso un discurso subversivo en el que los poderosos merecen ver explotadas sus cabezas en un espectáculo de fuegos artificiales de luces y colores.


Uno de sus grandes aciertos es su reparto,  completamente entregado al despiporre. Han acertado de lleno con la elección de Taron Egerton como joven protagonista repleto de carisma, con Colin Firth como estandarte de la caballerosidad y la elegancia británicas, con Samuel L. Jackson dando rienda suelta a sus ansias megalómanas, con Mark Strong en un rol bondadoso al que no nos tiene acostumbrados, y con la presencia siempre imponente de un Michael Caine que vuelve a rememorar sus tiempos como Harry Palmer. Todo ello coronado por escenas para el recuerdo –en la retina quedará grabada esa apocalíptica pelea a muerte en la iglesia-, un sentido del ritmo que va in crescendo, un humor a medio caballo entre la inteligencia y el absurdo, su propia concepción de las escenas de acción, y un nulo sentido del ridículo.


Pese a no ser su mejor trabajo, sí es el más libre de su director. Se nota que Fox le ha dado carta blanca, y lo aprovecha hasta exprimirlo, pero sin agotarlo, haciendo suyas todas las referencias de las que se vale. Su espíritu se resume en una sola escena, en la que un agente secreto y el villano conversan sobre los tópicos del cine de espías, y ya entonces dejan claro que lo que están viendo los espectadores no se parece a ninguna otra cinta de su género, a pesar de que recoge esos mismos tópicos de los que se mofa, y de que tiene cierto aroma a ya visto con anterioridad. “Kingsman” ofrece 120 minutos de puro divertimento sin cortapisas y una parodia de las películas de espionaje. Pero no una parodia cualquiera. Estos caballeros de la mesa redonda aúnan lo viejo y lo nuevo como no se ha visto antes. Y con respeto, transformando la parodia en homenaje. Que los modales importan.

A favor: su inagotable derroche de ingenio para el entretenimiento
En contra: habrá quien la vea más como una parodia que como un homenaje

Calificación ****
                                                                                                         No se la pierda

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