Fue
el corto que rompió su relación durante diez años con Disney –una década más
tarde volverían a entenderse, y distanciarse nuevamente más de 15 años-,
compañía que no entendía su toque siniestro enormemente influenciado por el
terror de la Universal, el expresionismo alemán y las obras de Gorey, entre
otros. Tras el éxito de una obra convertida de manera casi instantánea en
clásico de culto como “Vincent”, Tim Burton volvió en 1984 con “Frankenweenie”,
esta vez en imagen real en blanco y negro. Un homenaje confeso hacia James
Whale que asustó a la Disney, y base del magnífico largometraje en stop motion
que la misma factoría ha producido este año. Es lo que tiene ser Tim Burton hoy
en día y haberles dado un reciente éxito como “Alicia en el País de las
Maravillas”.
En mi opinión es excesivamente largo y bastante más flojo,
más allá de sus influencias, que su anterior trabajo, pero en él se recogen las
constantes de su filmografía: amor por lo freak, tenebrismo, el tema de la
aceptación de la pérdida como telón de fondo y, por supuesto, la historia de
Frankenstein pululando por cada fotograma, esa que le serviría de base para dar
unos años más tarde una joya como “Eduardo Manostijeras”. Porque “Vincent”, con
mucha menor duración, era más completo y consistente que este “Frankenweenie”.
Juzguen ustedes mismos.
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