Alguien voló sobre el nido del cuco *****
(One flew over the cuckoo's nest)
"Wire, briar, limber-lock"
"Three geese in a flock"
"One flew east, one flew west"
"And one flew over the cuckoo's nest"
Nacido para ser libre
83 años de Oscar, y pocas veces una película ha merecido tanto ser la triunfadora como la película de este mes. “Alguien voló sobre el nido del cuco” –“Atrapado sin salida” o “Atrapados sin salida” en algunos países latinoamericanos- era muy académica y correcta, pero rara vez esto ha sido tan positivo y loable como en este film –es relevante remarcar esto, pues este año ha ganado la corrección, que no la calidad-. Y pocas veces se puede decir que la novela original no es mejor que la película, sino que están a la par en calidad, si bien sus estilos narrativos son distintos.
Pero la esencia de ambas es la misma. La película nos presenta una sociedad encerrada dentro de otra sociedad. Un estricto manicomio de por sí enclaustrado por otro mayor, la sociedad, que da por locos a todos aquellos que no siguen las normas establecidas. Por eso acaba ahí nuestro protagonista, McMurphy, por su rebeldía y su incapacidad para adaptarse a una sociedad correcta, de reglas firmemente establecidas. Y una vez dentro, McMurphy revolucionará al resto de pacientes, enseñándoles el valor de la libertad, la vida y haciéndoles ver que no están tan locos como les han hecho creer. Pero hay un gran obstáculo contra el que deberá luchar: la enfermera jefe Ratched, la máxima figura de autoridad en un ambiente severo. Ratched es el reflejo de la propia sociedad exterior dentro de ese microcosmos que supone la institución mental. O, visto de otro modo, los pacientes son los ciudadanos de un mundo regido por la gobernanta Ratched, que no es más que una ejecutora de las reglas establecidas por una sociedad alienante.
Mucho es lo que quiere expresar la película, al igual que la novela: miedo a pensar por nosotros mismos, a la libertad, el abuso de poder y el miedo que despierta, la alienación de un individuo que si toma sus propias decisiones es ajusticiado duramente –inolvidable la escena del electroshock al protagonista-, etc. De todo esto sabía perfectamente Ken Kesey, fallecido en 2001 pero convertido en todo un icono del movimiento hippie estadounidense. Todo provocado por su estancia como cobaya humana en el Hospital de Veteranos Menlo Park, donde participó en el proyecto MKULTRA, financiado por la CIA y cuyo objetivo era estudiar los efectos de diversas drogas psicoactivas en el ser humano. Así, Kesey experimentó con el LSD, la cocaína, o la mescalina, entre otras sustancias, y habló largo y tendido con celadores y pacientes durante su estancia en la institución. Posteriormente se embarcaría en un viaje a lo largo de Estados Unidos a bordo de un autobús con unos amigos. Y es que las drogas cambiaron la percepción del autor sobre la vida y el ser humano. Para Kesey, los internos del hospital no estaban enfermos, solamente eran víctimas de un sistema castrista que les quitaba la libertad. Todos ellos eran los héroes de un mundo que prefería apartarlos y declararlos locos para que no se rebelaran.
Estas experiencias fueron plasmadas en 1962 en “One flew over the cuckoo’s nest”, que se convirtió instantáneamente en todo un éxito de ventas. Tanto que un año después sería representada en el teatro también con un notable éxito, llegando a Broadway en 1964. El protagonista sería Kirk Douglas, quien se hizo con los derechos de la novela y pensó que sería una gran película. Sin embargo, como suele ocurrir, ningún estudio se prestó a producirla, por lo que cedió los derechos a su hijo Michael Douglas, mucho antes de triunfar como actor, y que conseguiría hacer realidad la película.
Junto a Saul Zaentz, Douglas produjo el filme, para cuyo papel protagonista recurrió a su padre. Pero el mítico Kirk Douglas se acercaba ya a los 60 años, una edad demasiado avanzada para interpretar al jovial y enérgico McMurphy. Así que las miradas se centraron en una joven promesa en ascenso, Jack Nicholson, que acababa de estrenar la exitosa “Chinatown”. La elección de Nicholson no convenció a Kesey, que prefería a Gene Hackman –el actor, al igual que hizo Marlon Brando, rechazaría el papel, algo de lo que se arrepentiría tiempo después-, y encima su primer borrador del guión no convenció a Douglas, por lo que en su lugar se colocó a Lawrence Hauben y Bo Goldman. Uno de los cambios más significativos con respecto a la novela fue el punto de vista. Mientras que en la novela original todo se cuenta desde la perspectiva del Jefe Bromden, en su adaptación para la gran pantalla la narración es totalmente objetiva. El escritor la emprendió contra los productores y prometió que jamás vería la película, abandonando la producción a las dos semanas. Esta modificación no deja de parecerme razonable, ya que una narración en primera persona es impensable durante toda una película.
A pesar de todo, Jack Nicholson realiza una interpretación sobresaliente, incluso supera a su homónimo literario. Y lo mismo puede decirse de su compañera de reparto, la acertadísima Louise Fletcher, proveniente hasta entonces de la pequeña pantalla y los escenarios, y para la cual, al igual que para Nicholson, éste sería su papel definitivo, el que la consagraría como estrella. Fletcher encarnaría con maestría el personaje de Ratched, una persona muy segura de su función, que cree firmemente que sus decisiones dictatoriales son por el bien de los enfermos, pero no hace más que ejercer de ejecutante de un sistema represivo que ella ayuda a imponer como anulación definitiva de unas mentes que de alguna manera no están más enfermas que la suya propia.
Pero no sólo en estos dos magníficos intérpretes radica la solvencia de la cinta. Un cast muy cuidado repleto de caras desconocidas hasta entonces, pero que con los años se harían famosos, completan un reparto excelso. Brad Dourif sería el inocente Billy Bibbit, un chico tímido y encerrado en sí mismo, castrado por una madre posesiva, y cuya interpretación sería mundialmente alabada. Junto a él tenemos a los fallecidos Vincent Schiavelli, Sydney Lassick y William Redfield, quien moriría un año después del estreno de la película, y los aún desconocidos Michael Berryman, Christopher Lloyd y Danny DeVito. Y en una aparición corta pero remarcable encontramos a Scatman Crothers, un músico de jazz y actor ocasional de renombre en Estados Unidos, además de gran amigo de Nicholson, lo cual le valdría no sólo este papel sino el de Dick Hallorann en “El resplandor”.
El físico de Berryman y Schiavelli, unido a sus creíbles caracterizaciones, dio algún que otro problema entre los celadores del Hospital Estatal de Oregón, que creyeron que eran pacientes de verdad. Y es que la película se rodó en dicho hospital con pacientes reales que no eran conscientes de su participación en la película. Uno de los que consiguió dotar de mayor realismo a su personaje fue Will Sampson, que interpreta al Jefe Bromden, un guarda forestal de Oregón que trabajaba en una parque natural cercano a la clínica. Aunque Sampson nunca había trabajado como actor, fue contratado para el papel por su corpulenta presencia, la cual encajaba a la perfección con la del personaje de la novela de Ken Kesey en que se basa el film. Y aunque no relate los hechos en primera persona, su interpretación deja huella. Probaría suerte en otros trabajos posteriores, pero con ninguno consiguió repetir éxito. Fallecería debido a fallos renales y malnutrición durante un transplante de corazón en 1987 a los 54 años.
Y tranquilos, que no me he olvidado de su imprescindible director. Recién llegado desde Checoslovaquia, donde había dirigido varias comedias, Miloš Forman, de nombre real Jan Tomáš Forman, debutaría en el cine americano en 1971 con la alabada “Juventud sin esperanza”, pero sus inicios en Hollywood fueron difíciles. Y hasta que llegó su gran oportunidad trabajó como profesor de cine en la Universidad de Columbia, donde transmitiría sus conocimientos sobre artes escénicas aprendidos en Praga. Forman dirigiría la película con mano de hierro y extrema sobriedad, pero tuvo que sufrir en sus carnes serias diferencias creativas con Jack Nicholson. Sus peleas eran constantes, y la cosa llegó a tal extremo que Nicholson abandonó el rodaje durante dos semanas para alejarse del director checo. Cuando regresó, se negó a dirigirle la palabra y durante el resto de la producción el director de fotografía tuvo que hacer de intermediario entre ambos.
Pese a esto, la película llegó a buen puerto sin mayores contratiempos, y se estrenó el 20 de noviembre de 1975, recaudando solo en Estados Unidos 108M$, una cifra espectacular teniendo en cuenta que costó solamente 3M$. A este rotundo taquillazo contribuyó su entrada en la carrera de premios de Hollywood. Nueve nominaciones a los Oscar, seis a los Globos de Oro y ocho a los BAFTA, entre otros. Y en todas se repetían las mismas seis candidaturas: película, director, actor, actriz, guión y actor secundario para Brad Dourif. Lo curioso es que ganó dichos premios en todos los certámenes menos en los Oscar, donde Dourif se quedó sin la dorada estatuilla. Se convertiría en un secundario de lujo de películas de serie B como “Muñeco diabólico” o de grandes superproducciones como la trilogía de “El señor de los anillos” encarnando a Gríma, Lengua de Serpiente. Por su parte, el Oscar a mejor película iría a parar a manos del productor, Michael Douglas.
El film entraría a formar parte del Grand Slam de la Academia, formado por aquellas películas ganadoras de los cinco premios gordos (película, director, actor, actriz y guión), lista que comenzó “Sucedió una noche” y acabó “El silencio de los corderos”. Desde entonces nadie ha vuelto a repetir este hito. Pero actualmente se encuentra en el puesto número 33 de la lista de las 100 mejores películas de la historia de la American Film Institute. Todo esto permitiría a Forman entrar en la cantera de ilustres realizadores, y aunque no haya realizado muchas películas desde entonces, nos ha regalado joyas como “Hair”, “Amadeus” –otra genial cinta que triunfó con ocho Oscar, incluido mejor director-, “El escándalo de Larry Flynt” o “Man on the moon”.
Pocas veces seguir las reglas formales de los académicos Oscar ha sido tan positivo. Pero eso no quiere decir que no estemos ante una película subversiva e importante en una época en la que reivindicar los derechos individuales estaba a la orden del día. Justo lo que intentaba McMurphy y, cómo no, Ken Kesey: batallar contra un sistema que enclaustra a los seres humanos y les impide ser libres, rechazando lo diferente y aislando todo aquello que se salga de la norma establecida. Por ello, es insustancial el hecho de que se modificaran varios detalles de la obra original. El espíritu y la esencia de “Alguien voló sobre el nido del cuco” se mantuvieron intactos.
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