La cruda realidad
“Winter’s Bone” coincidía en su estreno con dos titanes de los Oscar, “Valor de ley” y “The Fighter”, en la cartera española. Y a pesar de no contar con la grandeza formal de estos dos títulos, no tiene nada que envidiarle a sus dos rivales en la lucha por el Oscar, a pesar de que tiene todas las de perder frente a las favoritas.
Pero más allá de esta coincidencia, la segunda película de Debra Granik aúna dos vertientes contrapuestas que los Coen y David O. Russell ya plasmaran por separado en sus también notables aportaciones. “Winter’s Bone” es a la vez un western moderno protagonizado por una mujer y un filme policíaco con el crack como telón de fondo. Su protagonista, una prometedora Jennifer Lawrence, es una hermana (y casi madre) coraje que busca a su padre por los arbolados territorios del sur de Estados Unidos, de esa meseta de Ozark infestada de clanes familiares –otro punto en común con el filme de O. Russell- de tradiciones firmemente arraigadas y laboratorios de metanfetamina caseros.
Pero no estamos ante una película denuncia, ni que intente lanzar un mensaje aparente. Con “Winter’s Bone”, y he aquí su gran punto a favor, nos encontramos ante una historia dura, marginal, y terriblemente realista, que no busca otra cosa que contar una historia desde el minimalismo más absoluto, huyendo en todo momento de alardes técnicos y ensalce de sentimentalismos gratuitos. Una película sincera hasta los huesos pero poética en el fondo, que no busca la lágrima fácil y la gran interpretación que puede que sí persigan algunas de sus compañeras nominadas.
Solamente un rayo de esperanza ilumina esta áspera película, un desenlace que para nada suena a acomodaticio con público y crítica sino veraz, necesario, y acompañado por las notas de ese banjo que supone un soplo de aire fresco en más de una secuencia.
Puede que haya espectadores a los que les parezca demasiado fría con el espectador, y es normal. Su retrato de esa América suburbial y superviviente, que debe enrolarse en el ejército o cocinar crack para sacar adelante a su familia en medio de un ambiente hostil que impone su propia ley rifle en mano, puede hacerse demasiado lejana para el espectador de nuestro país, pero es comprensible que a la Academia, y al público norteamericano, le haya emocionado por tocarles de cerca. Pero merece un visionado por su fidelidad a su propia narración, sin más efectismo que una grabación en blanco y negro que plasma la caída de todo un sueño a través de algo tan preciado como la madera. Y, además, nos sirve para reivindicar a un secundario como John Hawkes, que aunque no se prodigue tanto en pantalla, deja huella por su extrema sinceridad. Como el resto de la película.
A favor: su extrema sinceridad y que no haga uso de alardes técnicos para conseguir lo que busca, que es contar una historia
En contra: el tema que trata puede ser demasiado distante para el espectador no americano
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