(True Grit)
El oeste de los Coen
El western ha planeado sobre la filmografía de los hermanos Coen desde la lisérgica “Arizona Baby” hasta “Fargo”, y el culmen lo encontramos en “No es país para viejos”, hasta ahora la más cercana al lejano oeste. Por eso no es de extrañar que hayan sucumbido finalmente y se hayan metido de lleno a escarbar en las entrañas de un género tan antiguo como el cine en sí, si bien no es la primera de su carrera que transita por las constantes que lo rigen.
No sería justo comparar positiva o negativamente entre el original de Henry Hathaway en que se basa “Valor de ley”, a la vez sacado de la novela de Charles Portis, y lo que los Coen nos ofrecen en esta nueva versión con el objetivo de establecer cuál de las dos es mejor, sobre todo porque la mirada de los dos hermanos distorsiona y corrompe, para bien, todo género cinematográfico que tocan. Pero a pesar de que este remake siga casi a rajatabla lo que acontecía en su modelo, salvo detalles que no alteran el devenir de la historia, el tono escogido marca la mayor diferencia entre ambas adaptaciones.
Mientras que la de Hathaway ofrecía una correcta y algo familiar, acorde a los tiempos que corrían entonces, versión del original de Charles Portis, la de los Coen no se anda por las ramas –incluso omite explicaciones y secuencias innecesarias, algo que alargaba la original de 1969, pero que aquí hacen demasiado corta y acelerada la función - y se erige como un polvoriento, árido y nada complaciente relato de venganza, perdón y pérdida de la inocencia con un aura crepuscular propio del western actual, ese al que se han asomado en los últimos años Clint Eastwood en “Sin perdón” o James Mangold en “El tren de las 3:10”, pero fusionándolo con el cine de Jonh Ford y el propio Hathaway. Y en esto es en lo que más se parece a la película que le dio el Oscar a los realizadores, en su aire pesimista, en su retrato seco de un país descorazonador.
La relación de sus tres personajes principales está mejor conseguida, pese a la celeridad con que se sucede la acción –unas prisas que le pasan factura, y que dejan secuencias que se intuyen cortadas en pos de la comercialidad-, y sus rasgos están más definidos. Está claro que Jeff Bridges no es John Wayne, pero sí que es Jeff Bridges, y sabe darle un toque personal a su personaje, rivalizando con honor con el personaje que aquel compusiera, y de la joven Hailee Steinfeld podría haberse sacado mucho más. Aún así resulta convincente. Pero si hay que reivindicar a un olvidado de todos los premios es a Matt Damon, cuya perfecta personificación de LaBoeuf no ha sido todo lo alabada que merece.
Mucho se ha dicho acerca de que no parece un film de los Coen. No estoy de acuerdo. Por sus diálogos desfila a la vez lo mejor del viejo Oeste con las tendencias formales actuales –magnífica la fotografía-, y a la vez su atmósfera enrarecida por un extremo distanciamiento con el espectador se mezcla con ese aire de cinismo, de antihéroes y cobardes amorales que pulula por toda su obra anterior. Sí, es más comercial que nunca, pero no deja de ser un producto de los hermanos Coen. Por cierto, imprescindible verla en versión original.
A favor: que por fin los Coen se rindan al western, y su trío protagonista
En contra: habrá quien piense que los Coen se han vendido, y la extrema celeridad del conjunto
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