lunes, 7 de febrero de 2011

LA CRÍTICA

The Fighter ****
Regreso triunfal al cuadrilátero

Seis años ha pasado David O. Russell sin dirigir un largometraje desde la reivindicable “Extrañas coincidencias”, y su vuelta al cuadrilátero no podía ser más triunfal. De dirigir filmes independientes o comerciales con espíritu indie –la también memorable “Tres reyes”- a pelear por el Oscar a mejor director, a codearse con los más grandes de la industria y estrenar una historia basada en hechos reales, un relato de superación, hermandad y lealtad a la familia. 

Podría pensarse que en su salto al cine de grandes festivales y premios hollywoodienses O. Russell haya perdido ese estilo entre histérico, innovador, y minimalista de sus obras anteriores, y algo de eso se refleja en “The Fighter”, donde modera su toque personal para realizar algo más acomodaticio para la meca del cine. Pero también hay que decir que si no fuera por su envidiable sentido del ritmo, sus juegos con la cámara y sus bienvenidas manías melómanas, y megalómanas, esta película no tendría la agilidad que Dicky Eklund mostraba sobre el ring.


Así que no podía caer en mejores manos este biopic que mezcla el drama con el espectáculo televisivo, el humor, el documental y cierto toque scorsesiano en algunos pasajes para relatar la historia de una familia. Un joven boxeador prometedor que hace caso de manera ciega a su hermano, un héroe local venido a menos y adicto al crack, y a su madre, una mujer que cree poder decidir lo que es mejor para su familia y que desea ver en su hijo pequeño lo que su hermano mayor no fue capaz de conseguir: un título honorable más allá de un combate en el que no queda claro si su oponente cayó por resbalarse o por méritos propios. Y todos con una cosa en común, la de engañarse a sí mismos. Dicky cree que un documental puede hacerle volver a ser quién era, su madre se ciega ante el posible triunfo de Micky, y el suyo como madre, sin afrontar que su otro hijo ha tocado fondo, y la tercera en discordia, la chica de Micky, no asume el fracaso en que se ha convertido su vida, que discurre muy lejos de sus aspiraciones como deportista. Un gran sentimiento de lealtad contra el que debe luchar Micky Ward, cuando deberá decantarse entre triunfar a espaldas de los suyos o hacer caso a una familia que no le permite avanzar en su carrera. 


El director se ve respaldado en unas interpretaciones de altura que engrandecen una película de por sí grande. Mark Wahlberg encarna a Micky con corrección, Amy Adams despunta más allá de la comedia, y Melissa Leo ofrece una desgarradora interpretación como sufrida, y posesiva, madre de los dos hermanos protagonistas. Pero todos se ven ensombrecidos, aunque no para mal, por un Christian Bale excelso, un camaleón capaz de comerse la pantalla con cada nueva aparición y cuyo personaje se hace querer por el público por su mezcla de buen juicio e histrionismo desatado. Y su transformación física no da tanto repelús como en “El maquinista”, pero es igual de sorprendente. Además, consigue una complicidad con Wahlberg que hace que parezcan hermanos de verdad.


O. Russell lo ha logrado, ha sabido aunar clasicismo con cine minoritario y grandiosidad narrativa, que solamente desfallece en un combate final demasiado arquetípico –es decir, el personaje que va perdiendo y finalmente se erige como vencedor,  final al que nos tiene acostumbrado el cine pugilístico-. Pero hasta esto nos lo sirve el cineasta con cierto toque de originalidad visual, algo por lo que los que le seguimos le estamos agradecidos.

A favor: el camaleónico Christian Bale, y las pocas veces que inuimos el toque de su director
En contra: el arquetípico combate final y que su director pierda parte de su esencia narrativa

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