Más allá del amor
“A Ghost Story”
comienza con una frase extraída del “A Haunted House” de Virginia Woolf. No
deja de ser curioso que en su nuevo trabajo, David Lowery haya decidido
parafrasear a la autora británica antes que a la francesa George Sand, que ya
definía el olvido como el verdadero sudario de los muertos. Y es curioso porque
lo que cubre este relato es un trozo de tela a través del que el protagonista,
omnipresente y a la vez ausente en pantalla Casey Affleck, vislumbra el fugaz paso
del tiempo y cómo sus seres queridos, especialmente su esposa, van pasando
página y dejando atrás el recuerdo de un ser que no será más que eso, un recuerdo
sostenido en el tiempo, perdido en el cosmos.
Podríamos verla como un
relato de amor y terror cósmico, como un drama con tintes sobrenaturales, o
incluso como una versión indie, menos
descafeinada y ñoña, de “Ghost”. Como si Patrick Swayze se hubiera encontrado
con los fantasmas del “Finisterrae” de Sergio Caballero, unidos al espíritu de
Terrence Malick. Pero sería hacerle un flaco favor. Porque más allá de sus
posibles referencias, más allá de esa manía de etiquetarlo y clasificarlo todo
que tenemos a la hora de juzgar un trabajo, “A Ghost Story” debería ser
apreciada a nivel temático como lo que es, un relato metafísico sobre la
pérdida, sobre la ausencia y el luto. Posiblemente, el cuento sobre el olvido
más desgarrador y terrorífico, por la impotencia que provoca en el espectador y
la idea de que el más allá consiste en una vida carente de interacción con otros
seres humanos, desde la animada “Arrugas”.
Lowery, que huye de
encargos disneyanos para hacer algo
más personal y profundo, y quizá su mejor obra hasta la fecha, encorseta la
narración de manera sabia a través del ajustado metraje y el formato, como si
de unas diapositivas o un vídeo casero Súper 8 se tratase. Lo que resulta es un
desconcertante experimento no exento de ambición, de ritmo pausado pero
hipnótico, que va más allá del espacio, el tiempo y el amor, beneficiado
también por el excelente y escueto trabajo de Rooney Mara.
Una película de pocas
palabras en la que precisamente la escena con más diálogo resume las
intenciones del director. En ella, un invitado a una fiesta divaga sobre la
persistencia de la memoria. Sobre cómo los hijos recuerdan a sus padres, sobre cómo
el arte, como la sinfonía de Beethoven, perdura en el tiempo. Y lo hace
encantado de escucharse a sí mismo, rodeado de atentos oyentes, como si sus
palabras fueran también a perdurar. De nada sirve, porque nada dura para
siempre, nada resiste el inexorable paso del tiempo. El ser humano está condenado
a ser olvidado. Y eso da auténtico miedo.
A
favor: el retrato que hace del olvido, y el desconcertante
tono y formato de la propuesta
En
contra: que más de uno se quede en las meras comparaciones
Calificación ****
No se la pierda
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