Cuando un título gusta
y tiene éxito, es imperativo hacer una secuela. Es así como Hollywood, como
máquina de hacer dinero, como negocio, funciona. Y parece que existe una
tendencia predominante en muchas secuelas, la de hacerlas más grandes que sus
predecesoras, buscando evitar la odiosa expresión que afirma que nunca segundas
partes fueron buenas. Más presupuesto, más medios, más ruido. Pero a veces
menos sustancia. Porque algunos acaban confundiendo grandeza con aparatosidad.
“John Wick” fue un
éxito sorpresa. Una inteligente mezcla de acción, cómic, videojuego y comedia,
que supuso la resurrección de un tipo tan majo e inmortal en pantalla como
Keanu Reeves. Y como todo éxito que se precie, demandaba una continuación. Ya
en su primera escena, deja claro que está dispuesta a seguir la máxima de que
toda secuela debe ser más grande, especialmente en sus escenas de acción, mucho
mejor construidas.
Pero es la forma de
abrir esa escena lo que la desmarca de otras secuelas. Ese plano en el que la
particular forma de concebir la acción de Chad Stahelski da sonido a una escena
de cine mudo. Dos formas de entender el cine de acción separadas en el tiempo.
Es ahí donde este segundo capítulo de la ya inevitable saga –a las cifras en
taquilla, una vez más, y al suculento desenlace debemos remitirnos- confirma
que no es una propuesta más dentro de la propensión hollywoodiense a explotar
todo lo que toca.
“John Wick: Pacto de
sangre” es un film honesto, grande por contar con un mayor presupuesto, pero
también tiene los pies en el suelo. A sus responsables les basta con impregnar
su metraje con esos pequeños detalles que hacían de la anterior un producto
singular. Esos detalles que daban forma a un universo de lo más peculiar, que
en esta nueva aventura se encuentra en expansión. Pero sin perder el rumbo y
sin dejar en ningún momento el sello que distinguía a la primera, tirando de un
humor tan básico, efectivo y didáctico como el empleo de un lápiz como letal
arma blanca.
Lo demás, más de lo
mismo. Porque pese a que sigue pudiendo presumir de singularidad, el conjunto
ya ha perdido la capacidad de sorpresa de aquella cinta que nos dejara atónitos
hace tres años. Pero lo que queda es un divertimento de dos horas que sigue
siendo más sincero y más modesto que la mayoría de esas continuaciones que nos
llegan del otro lado del charco, las que piensan que más es sinónimo de mejor.
Sí, segundas partes pueden ser buenas. Y si siguen esta senda, terceras
también.
A
favor: que mantenga los pies en el suelo
En
contra: no tiene la capacidad de sorpresa de su predecesora
Calificación ****
No se la pierda
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