Amistad, condenada amistad
Esto no es una conmovedora historia de
amor. Hay sentimientos, hay un chico y una chica, pero no es una historia de
amor. Aquí, el chico ni siquiera quería
conocer a la chica moribunda del título original. “Yo, él y Raquel” –bravo por
los traductores españoles, una vez más- es una historia de amistad, pero de una
amistad incómoda, con la fecha de caducidad que impone una enfermedad como la
leucemia. Una amistad condenada a un triste final, por mucho que sus personajes
traten de quitar hierro al asunto.
En su nuevo y alabado film, y valiéndose
del guión del también autor del libro en que se basa Jesse Andrews, Alfonso
Gómez-Rejón apuesta por afrontar la enfermedad desde la sonrisa, desde la
comedia cotidiana de un grupo de adolescentes a los que el director dota de
humanidad y espontaneidad, ayudado por un trío protagonista destacable en sus
interpretaciones. Rejón entiende sus inquietudes, sus miedos, y tiñe la
película de un sentido del humor que no consigue enmascarar el trasfondo
dramático de la historia, pero que sí logra hacerlo ameno y llevadero, más
mundano y trivial que lo trascendental que nos empeñamos en convertirlo a base
de pena y compasión impostadas.
El cineasta y su guionista usan la misma
fórmula de “50/50”, la de romper los tabiques del melodrama repleto de tópicos
de otras hermanas cinematográficas similares utilizando la comedia como válvula
de escape. Y en su desarrollo, es difícil no pensar en otros productos
adolescentes como “Las ventajas de ser un marginado” o “(500) Days of Summer”,
con la que nos ocupa guarda no pocas semejanzas en cuanto a estilo, contenido y
forma. De hecho, quizá sean las comparaciones lo que peor le sienta a “Yo, él y
Raquel”, la sensación de déjà vu
constante que deja este relato de corte independiente, que es menos original de
lo que ella misma cree y pretende ser.
Pero si algo destaca en ella es su dirección.
Gómez-Rejón ya ha dejado patente su buena mano para el montaje y la narración
en la serie “American Horror Story”. Suyos son algunos de los mejores episodios
de la creación de Ryan Murphy. E incluso su anterior trabajo, “The Town That
Dreaded Sundown”, destacaba precisamente por su pericia tras la cámara. Sin su
sentido del ritmo y su constante innovación narrativa, que puede remitir
igualmente a la de los comienzos de Marc Webb, la película se resentiría y
perdería bastantes puntos. Es más, es cuando hace acto de presencia la parte
dramática y menos desenfadada de la historia, el momento en que el realizador abandona
ese espíritu de creatividad que había exhibido durante la primera mitad de
metraje, cuando el conjunto empieza a hacerse largo y a perder ritmo, para
luego remontar en un acto final que deja claras sus intenciones. No es fácil
adentrarse en ella, y puede dejar frío a más de uno. Sin embargo, no deja de
ser una más que aceptable hipérbole de la amistad forzada con los días contados,
de esa tendencia que nos lleva a juntarnos a determinadas personas, a las que
no llegamos nunca a conocer del todo. Ay, amistad, condenada amistad.
A
favor: su creatividad narrativa, el acto final y los
actores
En
contra: la sensación de déjà
vu, la pérdida de ritmo de su segunda mitad, y que es menos original de lo
que ella misma cree
Calificación ***
Merece la pena
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