miércoles, 7 de octubre de 2015

LA CRÍTICA. Yo, él y Raquel

Amistad, condenada amistad
Esto no es una conmovedora historia de amor. Hay sentimientos, hay un chico y una chica, pero no es una historia de amor.  Aquí, el chico ni siquiera quería conocer a la chica moribunda del título original. “Yo, él y Raquel” –bravo por los traductores españoles, una vez más- es una historia de amistad, pero de una amistad incómoda, con la fecha de caducidad que impone una enfermedad como la leucemia. Una amistad condenada a un triste final, por mucho que sus personajes traten de quitar hierro al asunto.

En su nuevo y alabado film, y valiéndose del guión del también autor del libro en que se basa Jesse Andrews, Alfonso Gómez-Rejón apuesta por afrontar la enfermedad desde la sonrisa, desde la comedia cotidiana de un grupo de adolescentes a los que el director dota de humanidad y espontaneidad, ayudado por un trío protagonista destacable en sus interpretaciones. Rejón entiende sus inquietudes, sus miedos, y tiñe la película de un sentido del humor que no consigue enmascarar el trasfondo dramático de la historia, pero que sí logra hacerlo ameno y llevadero, más mundano y trivial que lo trascendental que nos empeñamos en convertirlo a base de pena y compasión impostadas.


El cineasta y su guionista usan la misma fórmula de “50/50”, la de romper los tabiques del melodrama repleto de tópicos de otras hermanas cinematográficas similares utilizando la comedia como válvula de escape. Y en su desarrollo, es difícil no pensar en otros productos adolescentes como “Las ventajas de ser un marginado” o “(500) Days of Summer”, con la que nos ocupa guarda no pocas semejanzas en cuanto a estilo, contenido y forma. De hecho, quizá sean las comparaciones lo que peor le sienta a “Yo, él y Raquel”, la sensación de déjà vu constante que deja este relato de corte independiente, que es menos original de lo que ella misma cree y pretende ser.


Pero si algo destaca en ella es su dirección. Gómez-Rejón ya ha dejado patente su buena mano para el montaje y la narración en la serie “American Horror Story”. Suyos son algunos de los mejores episodios de la creación de Ryan Murphy. E incluso su anterior trabajo, “The Town That Dreaded Sundown”, destacaba precisamente por su pericia tras la cámara. Sin su sentido del ritmo y su constante innovación narrativa, que puede remitir igualmente a la de los comienzos de Marc Webb, la película se resentiría y perdería bastantes puntos. Es más, es cuando hace acto de presencia la parte dramática y menos desenfadada de la historia, el momento en que el realizador abandona ese espíritu de creatividad que había exhibido durante la primera mitad de metraje, cuando el conjunto empieza a hacerse largo y a perder ritmo, para luego remontar en un acto final que deja claras sus intenciones. No es fácil adentrarse en ella, y puede dejar frío a más de uno. Sin embargo, no deja de ser una más que aceptable hipérbole de la amistad forzada con los días contados, de esa tendencia que nos lleva a juntarnos a determinadas personas, a las que no llegamos nunca a conocer del todo. Ay, amistad, condenada amistad.

A favor: su creatividad narrativa, el acto final y los actores
En contra: la sensación de déjà vu, la pérdida de ritmo de su segunda mitad, y que es menos original de lo que ella misma cree

Calificación ***
                                                                               Merece la pena

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