viernes, 4 de julio de 2014

LA CRÍTICA: Mil maneras de morder el polvo

El western de MacFarlane
El salvaje oeste era una mierda. Eso parece querer decir Seth MacFarlane en “Mil maneras de morder el polvo”. Cualquier cosa podía traerte la muerte en el lejano oeste. Un millón, tal y como reza su título original. Enfermedades, forajidos, borrachos, animales, los indios, el clima… Era una lucha diaria por la supervivencia. ¿Quién habría querido vivir allí? Si “Regreso al futuro” hubiera sido realista, ni Doc Brown lo habría escogido como periodo histórico en el que pasar el resto de sus días.

Tras conseguir domesticar su sentido del humor para hablar sobre la inmadurez y la desnutrición sentimental de quien aprendió a vivir a través de la pantalla del televisor en la rotunda “Ted”, MacFarlane nos arrastra por el desierto para seguir los pasos de un completo gallina con muy poca confianza en sí mismo al que da vida, y labia, el propio director y guionista, y demostrarnos de paso que no todo tiempo pasado fue siempre mejor. Para ello, utiliza sus habituales recursos cómicos. Es decir, humor soez y cultura pop catódica forzadas a ir de la mano sobre un tren con destino desconocido.


Para bien o para mal, esta nueva película es a la carrera del creador de “Padre de familia” lo que la reivindicable “Kingpin” –aquí “Vaya par de idiotas”- a la filmografía de los Farrelly: un trabajo libre de toda atadura comercial en el que demostrar de qué pasta estás hecho. En el caso de MacFarlane, situarse a favor o en contra dependerá de hasta qué punto uno esté dispuesto a reírse con sus payasadas, con sus puntos de humor groseros reforzados con gags visuales fuera de plano, con sus momentos frikis –o mejor dicho, EL MOMENTO FRIKI que viene a cumplir los deseos de millones de fans en todo el mundo-, con sus inesperados cameos, juegos de palabras y números musicales imposibles.


Lo que era una perfecta modulación de su verborrea cómica en “Ted” se vuelve ahora en un episodio alargado hasta la extenuación de la serie de televisión que le dio la fama. A la media hora, el chiste ha perdido toda la gracia y aún no has contemplado ni un cuarto de película. Todo es posible, no hay reglas para rellenar metraje. Si hay que reírse de la esclavitud o de la moda actual por las barbas con la misma naturalidad, se hace. Si ahora tiene que mearme encima una oveja, pues se hace. Si hay que alargar un gag más de lo debido y entrar en el agotamiento del mismo, se hace. Y si hay que meterle una flor en el culo a Liam Neeson, el nuevo abuelete badass de Hollywood, pues también se hace. Es la fórmula del todo vale, y que se ría quien quiera, aunque más de una risa sea incómoda. Esto no es el salvaje oeste. Aquí MacFarlane dicta las normas. Insisto, para bien o para mal.

A favor: EL MOMENTO FRIKI y su primera media hora
En contra: a partir de ese punto, se agota a sí misma

Calificación *1/2

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