Lo que sorprende de “2012”, más allá de sus demoledoras secuencias de devastación mundial, es que Emmerich haya optado por dar dos enfoques paralelos a la historia. Por una parte tenemos ese terreno que tan bien domina y que es el que resalta en la película, el del cine de catástrofes llevado al extremo siguiendo la filosofía de “cuanto más grande, mejor”. Así, se impone el más difícil todavía en cuanto a efectos y destrucción y sus miras se ciernen ahora sobre el mundo entero, dando escenas tan impactantes como la del portaaviones cayendo sobre la Casa Blanca o la del parque de Yellowstone reconvertido en un inmenso volcán.
Pero la predicción maya podría ser entendida como un cambio espiritual en el ser humano, una evolución hacia una especie unida que toma conciencia de toda criatura viviente y abraza los lazos entre semejantes, y es esta la segunda vía que el director explota tanto visualmente como conceptualmente a través de ese utópico desenlace que roza la ciencia-ficción de Aldous Huxley.
Emmerich se ha creído un profeta de nuestro tiempo, aunque un profeta que funciona a golpe de talonario. Porque en otras manos la película no caería en los tópicos en los que cae siempre el director –el sacrificado padre de familia que lucha por salvar a los suyos, el presidente heroico, la destrucción de importantes monumentos y edificios- y haría hincapié en esa segunda vía que tanto jugo podría haber dado. Al contrario, su visión tan bíblica de la humanidad tras el diluvio, Arca de Noé incluida, llega demasiado tarde en una película que busca más hacer caja y reventar tímpanos que adoctrinar a las masas, por mucho que Emmerich se empeñe en asegurar que sus intenciones son las opuestas. Y por supuesto, impregna el metraje de tópicos visuales previsibles y un tanto ridículos como la ruptura de la Basílica de San Pedro abriendo la grieta justo en el punto más álgido de la “Creación de Adán” de Miguel Ángel. ¿A que no adivinan cuál?
No faltan los agujeros de guión, el patriotismo, los diálogos pobres –el chiste en el supermercado es para abandonar la sala inmediatamente-, los momentos desaprovechados –el egoísmo de los gobiernos y los ricos, por ejemplo- y todo lo que ya acusan los anteriores títulos del realizador, “Stargate” aparte. Y por si fuera poco cae en la misma ingenuidad que la novela de su protagonista -un John Cusack poco más que correcto como de costumbre, más maniquí que actor entre tanta pantalla verde- al confiar en el altruismo del ser humano en situaciones de riesgo, sin duda consecuencia de la demócrata y optimista era Obama en que se encuentra sumido el país. Porque eso es “2012”: hija de su tiempo, aunque pretenda ser agorera, un entretenimiento pasajero al que le falta incluso la gracia de “Independence Day”. Con la era Bush seguramente el presidente habría resuelto la situación con un caza como Bill Pullman en su momento. Ahora, en cambio, hay que recurrir al diálogo. Cinematográficamente hablando, hubiera preferido la primera.
A favor: las secuencias de devastación y el utópico finalEn contra: desaprovecha, en pos del espectáculo, haber sido una gran película de ciencia-ficción
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