La pasión de Amenábar
A nadie debería sorprender que en su último y más ambicioso proyecto Alejandro Amenábar se haya zambullido de lleno en el péplum, género hasta ahora no pisado con fuerza por el cine español, olvidando la infame “El reino de los cielos”. Lo que subyace bajo su cuidadísima ambientación de época es la misma preocupación que por la religión y sus efectos colaterales lleva teniendo el realizador desde “Los otros”.
Al contrario de lo que hiciera en “Mar adentro”, donde llegaba a hacer uso y abuso del melodrama para cargar tintas contra la iglesia y el estado, sorprende que el ateísmo de Amenábar no salpique hasta el más mínimo escondrijo de los suntuosos decorados de “Ágora”. El director hace acoplo de inteligencia no tomando partido por ningún bando en concreto. Porque lo que le interesa no es levantar ampollas contra el cristianismo, lo cual parece ser el único mensaje que algunos han visto oculto en su último trabajo. Su interés está más bien en el fanatismo como peligrosa arma de coacción. Y no importa si nos encontramos ante el judaísmo, el cristianismo o las religiones paganas, pues el terrorismo religioso impregna por igual a cualquier doctrina. Y mucho menos importa la época que se retrata, pues su discurso es perfectamente válido en nuestros días.
Existe en “Ágora” otra cara que se desarrolla paralela a la de la exposición histórica y religiosa. Junto a ellas convive el relato de una pasión, la de una mujer por la filosofía, la astronomía y las matemáticas. Una mujer, Hipatia, símbolo tardío del pensamiento humano –su importancia histórica no fue reconocida hasta varios siglos después, y de no haberse destruidos sus estudios posiblemente el ser humano habría progresado en diversos campos más rápidamente-, libre pensadora convertida en mártir dentro de un periodo convulso, donde judíos, cristianos y paganos convivían en un ambiente carente de paz.
Su pasión es el leit motiv de esta película, y Amenábar mezcla sus teorías sobre el movimiento de los planetas, perdidas para siempre por culpa de la irrupción de los cristianos, con todo el contexto histórico y religioso de la Alejandría del siglo IV. Tres vertientes que por separado resultan apasionantes, pero que el director no ha sabido combinar creando un producto de visionado uniforme. Porque su “Ágora” tiene preocupantes bajadas y subidas de ritmo, precisamente causadas por esas tres vías que no son capaces de compartir la misma trama. Si bien funcionan a la perfección independientemente, la pasión de Hipatia por ejemplo puede resultar anticlimática en medio de todo el conflicto social e histórico que se nos presenta. Y para dar cohesión, Amenábar ofrece planos externos de nuestro planeta y planos generales de las urbes con la atronadora banda sonora de fondo, para procurar que el cambio de un tema a otro no resulte demasiado evidente.
Pero si algo prohíbe a “Ágora” ser una gran película es la falta total de pasión de su director para contar la historia. Le preocupa más exponer la propia pasión de su protagonista y los hechos que la rodearon que conseguir que el espectador se implique con ella. Eso la convierte en una película distante con el público, y solo se intuye cierto despegue pasional en su tramo final, aunque ello implique tomarse cierta licencia histórica que edulcore la película en un desenlace, todo hay que decirlo, de una belleza inolvidable. No ayuda una actriz protagonista, Rachel Weisz, demasiado fría en su encarnación de Hipatia. Gran actriz, nadie lo duda, pero que no logra transmitir fuera de la pantalla sus inquietudes. Porque no todo es saber llorar ante la cámara, y eso debería saberlo una intérprete de su categoría.
Amenábar peca de ambicioso en los temas a tratar y no es capaz de poner el suficiente arrojo en la manera de contarlos, pero sin duda su ambición se salda con una magnífica dirección técnica y artística. La fotografía, el vestuario, la banda sonora, los decorados… todo justifica el enorme presupuesto de esta superproducción, la más cara del cine español, que se erige como una buena película, pero que no alcanza el nivel de obra magna por culpa de un ritmo irregular y una absoluta falta de pasión en su puesta en escena.
Al contrario de lo que hiciera en “Mar adentro”, donde llegaba a hacer uso y abuso del melodrama para cargar tintas contra la iglesia y el estado, sorprende que el ateísmo de Amenábar no salpique hasta el más mínimo escondrijo de los suntuosos decorados de “Ágora”. El director hace acoplo de inteligencia no tomando partido por ningún bando en concreto. Porque lo que le interesa no es levantar ampollas contra el cristianismo, lo cual parece ser el único mensaje que algunos han visto oculto en su último trabajo. Su interés está más bien en el fanatismo como peligrosa arma de coacción. Y no importa si nos encontramos ante el judaísmo, el cristianismo o las religiones paganas, pues el terrorismo religioso impregna por igual a cualquier doctrina. Y mucho menos importa la época que se retrata, pues su discurso es perfectamente válido en nuestros días.
Existe en “Ágora” otra cara que se desarrolla paralela a la de la exposición histórica y religiosa. Junto a ellas convive el relato de una pasión, la de una mujer por la filosofía, la astronomía y las matemáticas. Una mujer, Hipatia, símbolo tardío del pensamiento humano –su importancia histórica no fue reconocida hasta varios siglos después, y de no haberse destruidos sus estudios posiblemente el ser humano habría progresado en diversos campos más rápidamente-, libre pensadora convertida en mártir dentro de un periodo convulso, donde judíos, cristianos y paganos convivían en un ambiente carente de paz.
Su pasión es el leit motiv de esta película, y Amenábar mezcla sus teorías sobre el movimiento de los planetas, perdidas para siempre por culpa de la irrupción de los cristianos, con todo el contexto histórico y religioso de la Alejandría del siglo IV. Tres vertientes que por separado resultan apasionantes, pero que el director no ha sabido combinar creando un producto de visionado uniforme. Porque su “Ágora” tiene preocupantes bajadas y subidas de ritmo, precisamente causadas por esas tres vías que no son capaces de compartir la misma trama. Si bien funcionan a la perfección independientemente, la pasión de Hipatia por ejemplo puede resultar anticlimática en medio de todo el conflicto social e histórico que se nos presenta. Y para dar cohesión, Amenábar ofrece planos externos de nuestro planeta y planos generales de las urbes con la atronadora banda sonora de fondo, para procurar que el cambio de un tema a otro no resulte demasiado evidente.
Pero si algo prohíbe a “Ágora” ser una gran película es la falta total de pasión de su director para contar la historia. Le preocupa más exponer la propia pasión de su protagonista y los hechos que la rodearon que conseguir que el espectador se implique con ella. Eso la convierte en una película distante con el público, y solo se intuye cierto despegue pasional en su tramo final, aunque ello implique tomarse cierta licencia histórica que edulcore la película en un desenlace, todo hay que decirlo, de una belleza inolvidable. No ayuda una actriz protagonista, Rachel Weisz, demasiado fría en su encarnación de Hipatia. Gran actriz, nadie lo duda, pero que no logra transmitir fuera de la pantalla sus inquietudes. Porque no todo es saber llorar ante la cámara, y eso debería saberlo una intérprete de su categoría.
Amenábar peca de ambicioso en los temas a tratar y no es capaz de poner el suficiente arrojo en la manera de contarlos, pero sin duda su ambición se salda con una magnífica dirección técnica y artística. La fotografía, el vestuario, la banda sonora, los decorados… todo justifica el enorme presupuesto de esta superproducción, la más cara del cine español, que se erige como una buena película, pero que no alcanza el nivel de obra magna por culpa de un ritmo irregular y una absoluta falta de pasión en su puesta en escena.
A favor: el despliegue técnico y artístico
En contra: tiene demasiados altibajos y le falta pasión a la hora de contar la historia
2 comentarios:
Uff, lo mismo cuando salga en dvd la veo y me gusta, pero ahora mismo no me llama nada la atención. No sé si por el rechazo que suele darme que doren tanto la píldora a un autor, o porque su última película me pareció un telefilm con presupuesto y me jarté de echuchar "el peliculón" que era. Si la veo ya te contaré. ¡Salud!
Descuida, ¡Kiko! A mí "Mar adentro" me pareció sobrevaloradísima. Parece, como bien dices, un telefilm, pero con una realización ejemplar. Porque eso sí tiene, técnica y artísticamente hablando es una obra maestra, gracias a la grandísima dirección de Amenábar. Pero en el fondo tenemos un telefilm sensiblero y lacrimógeno que busca a través precisamente de esa sensiblería conquistar al público y hacer que piense como piensa él. Razón tenía Gasset al decir que era una película tramposa, falsa y manipuladora.
Amenábar de siempre me ha parecido el niño mimado del cine español. Me encantaron sus tres primeras películas, y la cuarta, "Mar adentro", ya no me motivó lo suficiente. Aún así, "Ágora" para mí está al mismo nivel que ella. Ahí es nada.
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