Hay películas que marcan un punto de inflexión en la carrera de todo director. Éste puede haber realizado buenas o incluso muy buenas películas, pero existe una obra en toda su carrera que lo catapulta a la categoría de maestro. Juan José Campanella es de esos directores que nunca defrauda. Ha dirigido muy buenas películas, algunas de ellas intencionalmente reconocidas como “El hijo de la novia”, y otras menos conocidas pero igualmente loables como “Luna de avellaneda”. Pero es con “El secreto de sus ojos”, que semana tras semana se ha ido convirtiendo gracias al boca a boca en un fenómeno que empieza a reventar la taquilla, con la que finalmente se ha consagrado.
“El secreto de sus ojos” contiene realmente varias historias en una sola. Comienza con un cuento, con una narración en primera persona acompañada de imágenes –imágenes que luego descubriremos que son reales en las vidas de los personajes-, narración que intenta su protagonista, un formidable Ricardo Darín, plasmar en forma de novela tras varios intentos fallidos y papeles tirados en la basura. Pero todas las narraciones pertenecientes a esa novela que es incapaz de comenzar conducen a un mismo punto: un crimen que él mismo investigó dos décadas antes y que le obsesiona desde entonces, uno de esos sucesos con los que debemos aprender a vivir a pesar de no haberse hecho justicia.
“El secreto de sus ojos” contiene realmente varias historias en una sola. Comienza con un cuento, con una narración en primera persona acompañada de imágenes –imágenes que luego descubriremos que son reales en las vidas de los personajes-, narración que intenta su protagonista, un formidable Ricardo Darín, plasmar en forma de novela tras varios intentos fallidos y papeles tirados en la basura. Pero todas las narraciones pertenecientes a esa novela que es incapaz de comenzar conducen a un mismo punto: un crimen que él mismo investigó dos décadas antes y que le obsesiona desde entonces, uno de esos sucesos con los que debemos aprender a vivir a pesar de no haberse hecho justicia.
Campanella abandona la dulzura de trabajos anteriores y sirve una historia que a pesar de estar enmarcada en un país y contexto histórico concreto, resulta intemporal en su contenido pues su argumento bien podría suceder en otro momento y lugar. Además, elude cualquier análisis político y social de la época, y se centra en algo aún más relevante: el inexorable paso del tiempo y la necesidad de abandonar el pasado para avanzar hacia el futuro. Los personajes, y en especial su protagonista, viven anclados en aquel crimen atroz que no les deja continuar con sus vidas, y Campanella evita las concesiones a la sensiblería típica de otras películas de su filmografía –sensiblería, por otra parte, que siempre ha sabido manejar a la perfección para que no resulte empalagosa- y prefiere seguir la senda del cine negro en un relato que se alarga varias décadas.
Sólo hay una secuencia en todo el metraje que parece caminar peligrosamente sobre la línea de las emociones exageradas –a saber, la de la mujer corriendo tras el tren en el que va un amor inconfeso, y cómo ambos juntan sus manos a través del cristal del vagón-, pero Campanella se encarga de que no resulte tan tópica en la escena inmediatamente posterior a ella, cuando uno de los personajes de burla de ella por ser demasiado típica. Y nos sirve un plano secuencia magistral en el estadio de fútbol de esos que obligan a arrodillarse ante el genio de un gran cineasta, que propone un formato arriesgado para contar su historia.
Acompañan al que ya se confirma como sensacional tándem Campanella-Darín una fotografía excelsa, un guión de esos que dan ganas de leer la novela en que se basan, una banda sonora para el recuerdo y actores de la talla de Soledad Villamil y Guillermo Francella -increíble su complicidad con Darín- que completan un reparto sobrio en una película que dista de ser una obra maestra del cine en general, pero que sí resulta una gran obra maestra en la carrera de un director que para quien esto escribe se consolida como un excelente contador de historias.
A favor: el plano secuencia en el estadio
Sólo hay una secuencia en todo el metraje que parece caminar peligrosamente sobre la línea de las emociones exageradas –a saber, la de la mujer corriendo tras el tren en el que va un amor inconfeso, y cómo ambos juntan sus manos a través del cristal del vagón-, pero Campanella se encarga de que no resulte tan tópica en la escena inmediatamente posterior a ella, cuando uno de los personajes de burla de ella por ser demasiado típica. Y nos sirve un plano secuencia magistral en el estadio de fútbol de esos que obligan a arrodillarse ante el genio de un gran cineasta, que propone un formato arriesgado para contar su historia.
Acompañan al que ya se confirma como sensacional tándem Campanella-Darín una fotografía excelsa, un guión de esos que dan ganas de leer la novela en que se basan, una banda sonora para el recuerdo y actores de la talla de Soledad Villamil y Guillermo Francella -increíble su complicidad con Darín- que completan un reparto sobrio en una película que dista de ser una obra maestra del cine en general, pero que sí resulta una gran obra maestra en la carrera de un director que para quien esto escribe se consolida como un excelente contador de historias.
A favor: el plano secuencia en el estadio
En contra: no se me ocurre
1 comentario:
No tenía ninguna intención de verla, pero me la has vendido tan bien que le daré una oportunidad :) ¡Salud!
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