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Recientemente, Álex de la Iglesia declaraba que el 3D es pasajero, una novedad momentánea que no durará muchos años, lo justo para que el público lo experimente y lo deje de lado. No puedo decir que le falte razón, en vista del precio de una entrada -9€ en Las Palmas-. Pero bien invertido está ese dinero si lo que te vas a encontrar es algo nuevo. En una época en la que Internet ha comido terreno a las salas comerciales, la tecnología 3D es la única candidata posible que se me ocurre para paliar la crisis del cine. El espectador ya puede adquirir fácil e ilegalmente cualquier película por la red, así que lo que debe prometerse ahora en un cine es una experiencia totalmente nueva, que por ahora no es posible disfrutar con la misma intensidad que en una sala –al menos no por ahora, hasta que James Cameron ultime los televisores digitales que posibiliten este formato-. Algo parecido a lo que ocurriera hace medio siglo con la aparición de la televisión, medio que se comía literalmente a las viejas salas de proyección, a las cuales salvó precisamente la tecnología 3D y el Cinemascope, y especialmente un título, “La casa de cera”. Los estudios optaron por el terror como género insignia del nuevo fenómeno, conscientes de que es el género que más fácilmente perdure en la conciencia del espectador, impacto amplificado gracias al 3D.
Muchas películas se han ido proyectando en 3D a lo largo de las décadas, pero es ahora cuando se ha conseguido una mayor sensación de realismo. La metodología es simple y se basa en algo que inconscientemente usamos en la vida cotidiana: la visión estereoscópica o binocular. Poseemos esta visión gracias a la presencia de dos ojos, que captan la misma imagen pero con unos pocos centímetros de diferencia, algo que podemos comprobar si cerramos y abrimos cada ojo alternativamente. Dos imágenes iguales desde ángulos ligeramente diferentes entre sí que llegan al cerebro a la vez, el cual traducirá la mezcla en una sensación de profundidad y distancia.
El objetivo es conseguir lo mismo en el cine, por lo que se filma la escena con dos cámaras, que al igual que los ojos, se encuentran unos pocos centímetros desplazadas entre sí. A la hora de proyectar se proyectan, por supuesto, ambas películas por separado con dos proyectores. En pantalla incidirán, alternativamente –se proyecta un fotograma de una y otro de la otra, pero la sensación de continuidad ya la pone el cerebro- la imagen izquierda y la derecha. El problema es que ambas imágenes llegarán a cada ojo simultáneamente, cuando lo ideal sería que el ojo izquierdo recibiera solamente la imagen izquierda y el derecho hiciera lo propio con la suya. Y es ahí donde entran en juego las gafas, lentes polarizadas que filtran hacia cada ojo la imagen correspondiente. Es un resumen un tanto escueto, pero la realidad ya es bastante más complicada.
Este nuevo sistema supera con creces al que ya estamos acostumbrados a ver, el de las dos imágenes intercaladas de distinto color, usando gafas con cristales también de diferente color, de manera que a cada ojo iba la imagen correspondiente. Un avance que unido al nuevo sistema de sonido hiperrealista de los cines actuales, e incluso a las butacas vibratorias de algunos, aportan una experiencia difícil de olvidar. Algunos directores, como Spielberg, hablan de una gigantesca sala de cine en la que los espectadores irán tumbados y la pantalla les rodee como una gigantesca bóveda, usando por supuesto la tecología 3D.
En los próximos meses llegará lo nuevo de James Cameron
