En los trailers previos a la proyección de “Transformers: La venganza de los caídos” pudimos ver el avance final de la esperada “2012”, del cineasta empeñado en acabar con el mundo Roland Emmerich. Podríamos comparar una de sus catastróficas epopeyas más conocidas, “El día de mañana”, con el “Armageddon” que Michael Bay nos propuso hace más de una década en forma de devastador y gigantesco asteroide que portaba un billete de ida directo a nuestro planeta. A pesar de ser de temática similar, Bay ha conseguido en cada nuevo trabajo lo que Emmerich no ha logrado en su reiterativo intento por realizar el film destroyer definitivo: otorgarnos un enérgico espectáculo, sin concesión posible a la moraleja final y sin importar la ausencia de guión.
Así, ya hablemos de la película protagonizada por Bruce Willis o del primer “Transformers”, Bay nos ha inyectado con nuestro consentimiento una sobredosis de anabolizantes que ningún otro, ni Emmerich ni Wolfgang Petersen –papá Spielberg no cuenta, que lo suyo es cine espectáculo con sustancia-, ha conseguido, por mucha devastación que prometan en sus películas. Porque la filmografía de Bay está impregnada de guiones huecos, pero con gran sentido del humor y con todos los engranajes que debe tener el blockbuster del nuevo milenio.
Una vez entendido este punto, debemos extrañarnos porque haya quien todavía busque en sus películas el más mínimo resquicio de inteligencia narrativa. El primer “Transformers” nos lo dejaba bien claro: no estamos ante una obra de arte y ensayo, sino ante una máquina cuidadosamente engrasada y hasta el tope de esteroides, capaz de hacernos disfrutar como enanos como ningún otro realizador puede hacerlo, por muy videoclipero que se nos prometa. Y quien busque diversión inteligente, algún hueco para una pizca de guión, está perdiendo el tiempo con esta película.
Habría sido fácil, no obstante, repetir los esquemas de la primera parte. El punto más álgido de este nuevo chute de música cañera, chicas cañón y extravagantes efectos visuales está en proponer una estructura independiente de su predecesora, de no dejarse llevar por el déjà vu que habría asegurado su éxito en las salas. Esta segunda entrega es totalmente distinta, con el único nexo en común de los personajes y las situaciones cómicas, aquí más gamberras y elevadas al cuadrado del absurdo –Shia LaBeouf gritando como una niña, el ridículamente tronchante John Turturro, el incidente con el electroshock en el baño-, pero sin dejar de resultar efectivas. “Transformers: La venganza de los caídos” eleva el estruendo hasta límites insospechados, pero lo hace sin necesidad siquiera de repetir y alargar aquellos gloriosos cuarenta minutos finales que se nos inyectara vía intravenosa en la anterior película.
Hay pocos directores a los que un servidor les permita la libertad de rodar y estrenar vertiginosamente a cambio de disfrutar de un espectáculo que salpique a la platea y en el que no prime el guión. El objetivo es otro, el del puro entretenimiento de las masas. Y en ese sentido, bienvenido sea este híbrido entre lo que debió dar de sí el último Terminator –aún así, en ésta se esperaba más guión- y el inconfundible sello de su director. Quien no se divierta con esta película es porque por sus venas corre aceite de motor Decepticon. Piensen en ello.
Así, ya hablemos de la película protagonizada por Bruce Willis o del primer “Transformers”, Bay nos ha inyectado con nuestro consentimiento una sobredosis de anabolizantes que ningún otro, ni Emmerich ni Wolfgang Petersen –papá Spielberg no cuenta, que lo suyo es cine espectáculo con sustancia-, ha conseguido, por mucha devastación que prometan en sus películas. Porque la filmografía de Bay está impregnada de guiones huecos, pero con gran sentido del humor y con todos los engranajes que debe tener el blockbuster del nuevo milenio.
Una vez entendido este punto, debemos extrañarnos porque haya quien todavía busque en sus películas el más mínimo resquicio de inteligencia narrativa. El primer “Transformers” nos lo dejaba bien claro: no estamos ante una obra de arte y ensayo, sino ante una máquina cuidadosamente engrasada y hasta el tope de esteroides, capaz de hacernos disfrutar como enanos como ningún otro realizador puede hacerlo, por muy videoclipero que se nos prometa. Y quien busque diversión inteligente, algún hueco para una pizca de guión, está perdiendo el tiempo con esta película.
Habría sido fácil, no obstante, repetir los esquemas de la primera parte. El punto más álgido de este nuevo chute de música cañera, chicas cañón y extravagantes efectos visuales está en proponer una estructura independiente de su predecesora, de no dejarse llevar por el déjà vu que habría asegurado su éxito en las salas. Esta segunda entrega es totalmente distinta, con el único nexo en común de los personajes y las situaciones cómicas, aquí más gamberras y elevadas al cuadrado del absurdo –Shia LaBeouf gritando como una niña, el ridículamente tronchante John Turturro, el incidente con el electroshock en el baño-, pero sin dejar de resultar efectivas. “Transformers: La venganza de los caídos” eleva el estruendo hasta límites insospechados, pero lo hace sin necesidad siquiera de repetir y alargar aquellos gloriosos cuarenta minutos finales que se nos inyectara vía intravenosa en la anterior película.
Hay pocos directores a los que un servidor les permita la libertad de rodar y estrenar vertiginosamente a cambio de disfrutar de un espectáculo que salpique a la platea y en el que no prime el guión. El objetivo es otro, el del puro entretenimiento de las masas. Y en ese sentido, bienvenido sea este híbrido entre lo que debió dar de sí el último Terminator –aún así, en ésta se esperaba más guión- y el inconfundible sello de su director. Quien no se divierta con esta película es porque por sus venas corre aceite de motor Decepticon. Piensen en ello.
A favor: que no repite los esquemas de su predecesora
En contra: que haya quien aún le busca guión a películas como esta
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