Comenzó como extra y papeles irrelevantes, lo cual le convirtió en un excepcional director de actores, dándoles toda la libertad que querían para componer sus papeles en escena, como si de una obra teatral se tratase. Blake Edwards ha pasado a la historia como genial director de comedias, pero en su carrera flirteó con los tonos más amargos hasta los más alegres.
Imposible olvidar el soberbio patetismo de Peter Sellers en “El guateque”, y su sinfín de despropósitos; a esos Lee Remick y Jack Lemon víctimas del alcoholismo en “Días de vino y rosas”; a Audrey Hepburn cantando el “Moon River” bajo la atenta mirada de George Peppard, y de todos nosotros, desde su ventana en la deliciosa “Desayuno con diamantes”; la ambigüedad de la pletórica Julie Andrews en “Victor Victoria”; o la noche desenfrenada y loca, casi increíble, que sufren Kim Basinger y Bruce Willis en “Cita a ciegas”. Y por supuesto, es imposible no acordarse de esa pantera rosa que traía loco al inspector Clouseau en todas las entregas de la saga que dirigió.
Precisamente fue con la Pantera Rosa con la que se despidió de la gran pantalla en 1993, con ese despropósito de película protagonizado por Roberto Benigni titulado “El hijo de la Pantera Rosa”, una de las peores de toda su carrera. Olvidable testamento que no mancha más de 50 años de profesión de un maestro que nos deja a sus 88 años más de cincuenta trabajos en cine y televisión como legado. Descanse en paz.
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