En una secuencia de “Good”, quien firma esta crítica no pudo evitar centrar su atención en la adaptación a la pantalla de la obra fetiche para el régimen nacionalsocialista de su protagonista, John Halder. Una pincelada anecdótica de uno de los muchos rodajes propagandistas que se realizaban en la época y que buscaban promover las virtudes de la raza aria.
Poco tiene de propagandista la película de Vicente Amorim, a pesar de su sólido trasfondo moral y ético. “Good” es la historia del hombre bueno por excelencia, una marioneta del régimen fascista que, al igual que el “Mephisto” de István Szabó, vive ajeno a las consecuencias que su trabajo puede acarrear mientras va escalando inocentemente escalafones dentro del partido. Un santurrón con el inconfundible rostro del versátil Viggo Mortensen que, a pesar de promulgar ideas anti partidistas –tiene incluso un amigo judío- observa ciegamente cómo su escrito es tomado en serio y sirve como referencia publicitaria para ensalzar un sistema político que se le antoja aparentemente ajeno, absorbido como está por sus propios problemas personales.
La citada secuencia del rodaje dentro de la película no es más que uno de los pocos momentos potentes y autosuficientes que posee el film de Amorim. Otras recogen los tópicos del cine sobre el nazismo concentrados en un plano secuencia –el desenlace, por el que desfilan ejecuciones, maltratos en campos de exterminio y las ya imprescindibles chimeneas mientras Viggo Mortensen, aún ajeno al mal que le rodea, busca a su amigo-, mientras algunas poseen una presencia en pantalla demasiado débil como para permanecer en la memoria. Tan solo otra secuencia, la del intento de suicidio de la madre del protagonista, papel interpretado por una espléndida, aunque no del todo aprovechada, Gemma Jones, consigue sobrecoger lo suficiente como para resultar memorable.
Los veinte minutos finales de “Good”, y en especial el epílogo en el campo de concentración, elevan ligeramente lo que Amorim no fue capaz de lograr los 70 minutos anteriores. Su película peca de un guión con poca fuerza, con diálogos no muy conseguidos, y en general un libreto muy descuidado, a pesar de estar basada en una obra de importante peso de C.P. Taylor. A eso hay que unir una realización con altibajos, que relega a un segundo plano la correcta ambientación y las interpretaciones de unos actores justos y comedidos en sus respectivos roles. El discurso moral del film queda tristemente ensombrecido por toda esa serie de impedimentos que prohíben a “Good” ser la película que pretende ser y no puede, y que evitan que acabe de despegar hasta llegado el tramo final, cuando ya es demasiado tarde.
Poco tiene de propagandista la película de Vicente Amorim, a pesar de su sólido trasfondo moral y ético. “Good” es la historia del hombre bueno por excelencia, una marioneta del régimen fascista que, al igual que el “Mephisto” de István Szabó, vive ajeno a las consecuencias que su trabajo puede acarrear mientras va escalando inocentemente escalafones dentro del partido. Un santurrón con el inconfundible rostro del versátil Viggo Mortensen que, a pesar de promulgar ideas anti partidistas –tiene incluso un amigo judío- observa ciegamente cómo su escrito es tomado en serio y sirve como referencia publicitaria para ensalzar un sistema político que se le antoja aparentemente ajeno, absorbido como está por sus propios problemas personales.
La citada secuencia del rodaje dentro de la película no es más que uno de los pocos momentos potentes y autosuficientes que posee el film de Amorim. Otras recogen los tópicos del cine sobre el nazismo concentrados en un plano secuencia –el desenlace, por el que desfilan ejecuciones, maltratos en campos de exterminio y las ya imprescindibles chimeneas mientras Viggo Mortensen, aún ajeno al mal que le rodea, busca a su amigo-, mientras algunas poseen una presencia en pantalla demasiado débil como para permanecer en la memoria. Tan solo otra secuencia, la del intento de suicidio de la madre del protagonista, papel interpretado por una espléndida, aunque no del todo aprovechada, Gemma Jones, consigue sobrecoger lo suficiente como para resultar memorable.
Los veinte minutos finales de “Good”, y en especial el epílogo en el campo de concentración, elevan ligeramente lo que Amorim no fue capaz de lograr los 70 minutos anteriores. Su película peca de un guión con poca fuerza, con diálogos no muy conseguidos, y en general un libreto muy descuidado, a pesar de estar basada en una obra de importante peso de C.P. Taylor. A eso hay que unir una realización con altibajos, que relega a un segundo plano la correcta ambientación y las interpretaciones de unos actores justos y comedidos en sus respectivos roles. El discurso moral del film queda tristemente ensombrecido por toda esa serie de impedimentos que prohíben a “Good” ser la película que pretende ser y no puede, y que evitan que acabe de despegar hasta llegado el tramo final, cuando ya es demasiado tarde.
A favor: el plano secuencia final
En contra: un guión un tanto descuidado
2 comentarios:
Muchas gracias por pasarte por mi blog, el tuyo también me parece bastante interesante, por supuesto que volveré.
Saludos...
Muchas gracias de vuelta, troncha, a ver si me animo este verano a escribir acerca del cine de mi niñez visto con los ojos actuales, que hay que ver cómo cambian algunas películas en la memoria... "Drácula" es una de ellas.
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