lunes, 13 de abril de 2009

LA CRÍTICA

Déjame entrar ****1/2
(Låt den rätte komma in)
En plena fiebre “Crepúsculo”, la película de Tomas Alfredson tiene dos importantes obstáculos en el camino: el film con exceso de acné y patetismo adolescente de Catherine Hardwicke y su procedencia nórdica. Para los adolescentes de hoy en día, la película americana es la definitiva dentro del género vampírico, rechazando cualquier propuesta extranjera que se le asemeje.

Una lástima. El filme de Alfredson posee más fuerza en un solo plano que “Crepúsculo” en todo su metraje. El realizador sueco comienza planteando una aparente historia de bullying, y va engarzando secuencias -el degollamiento en el bosque, por ejemplo- que nos preparan para el verdadero tema de la película: una mezcla de amor y vampirismo. “Déjame entrar” supone una de las historias de amor/terror más impactantes y con mayor dosis de elegancia de los últimos años. Y para ello no requiere grandes efectos especiales ni de maquillaje, sino la potencia de unas imágenes que bien podrían, como pretendía su director en un comienzo, ir ausentes de sonido. La fotografía, la banda sonora, el montaje, la puesta en escena, y cómo no, dos precoces pero sorprendentes protagonistas que hacen de este original acercamiento al vampirismo una de las mejores cintas de la temporada.

Alfredson filma su particular visión de los chupasangre con ritmo pausado pero adictivo, cuyo giro definitivo a la película que pretende ser llega con el primer asesinato de la niña, una de las muchas potentes secuencias que se clavan en la retina del espectador. La siguen la escena de los gatos, la muerte a la luz del sol de la infectada o el emotivo sacrificio del anciano protector por la niña, seguido inmediatamente del plano cenital de la caída de su cuerpo filmada desde lo alto de la ventana, todas ellas pequeñas proezas encadenadas que el director logra con soltura, como si llevara sangre de maestro corriendo por sus venas. Pero en particular una secuencia, la del desenlace en la piscina, pide a gritos un lugar en el séptimo arte. Un ejemplo de lo que el fuera de campo llevado al extremo de su concepto es capaz de conseguir, sin mover la cámara de debajo del agua.

En determinadas ocasiones, Tomas Alfredson apuesta por el silencio en una decisión acertada en ciertas secuencias –el significado de los anillos, la relación de la niña y su protector- pero que en otras convierten la película en hermética –el hombre sentado a la mesa del padre, la necesidad de la niña de pedir permiso antes de entrar en una estancia-, lo cual puede verse negativa o positivamente si entendemos el intento del cineasta porque el público piense además de ver. “Déjame entrar” está llamada a ser una de esas joyas ocultas del cine, esas que por su procedencia y por su desafortunado parecido con una que lleva meses abduciendo las mentes de millones de jóvenes de todo el mundo, convencidos de que lo que ven es cine con mayúsculas, tienen un camino tortuoso más allá de sus fronteras. Algo así como lo que le ocurrió en su momento a la germana “Requiem” frente a “El exorcismo de Emily Rose”. Una pena, porque estamos ante una pequeña obra maestra.
A favor: la escena final en la piscina
En contra: las injustas comparaciones con "Crepúsculo"

2 comentarios:

Lasaga dijo...

Tengo bastantes ganas a este título, a ver si le puedo ver a calidad

El Cinéfago dijo...

Muchas gracias por pasarte por el blog, Manu. La verdad es que últimamente le dedico poco tiempo porque tengo mil historias pendientes de trabajo. No soy muy dado a recomendar pelis, pero recomiendo esta encarecidamente. Lo mejorcito que he visto en lo que llevamos de año. Una pequeña obra maestra.

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