(Blindness)
En el reino de los ciegos
El “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago es un trabajo sumamente complicado de adaptar. Cualquier cineasta quedaría cegado por sus múltiples metáforas y esa prosa de frases largas y estructura distópica que le han valido ser una de las grandes, que no mejores, novelas de su autor.
La versión cinematográfica, titulada convenientemente “A ciegas (Blindness)”, parte de de un comienzo absolutamente prodigioso, aquel en el que un conductor queda ciego de repente paralizando el tráfico. Posteriormente, los sucesos se repiten y los casos de ceguera repentina se multiplican, conformando un futuro a sabiendas apocalíptico, un reino de ciegos en el que solo una mujer –la como de costumbre convincente Julianne Moore- puede ver el caos que la rodea fingiendo ser ciega para estar con su marido -genial y comedido Mark Ruffalo-, siendo el de ella el personaje que precisamente más sufre por su condición vidente.
Consciente de la delicadeza del material que tiene entre manos, el director brasileño Fernando Meirelles construye en “A ciegas”, una vez planteado el sobresaliente comienzo, todo un díptico poco complaciente con el espectador que hurga en las miserias humanas, desde el afán de liderazgo que lleva al abuso de poder a la toma de las medidas extremas necesarias para sobrevivir. Es capaz de mostrar, sin ahorrar detalles escabrosos –sobrecogedora la secuencia del intercambio de mujeres por comida-, a lo que es capaz de llegar el ser humano cuando se le priva de algo más que de la vista, de la libertad, en un microcosmos multicultural vigilado por las armas de un gobierno que prefiere contener lo que considera una epidemia a costa de vidas humanas.
No le faltan las lecturas políticas al género de la ciencia-ficción post apocalíptica, en el que posiblemente mejor encaje, pero en esencia se trata de una película tan inclasificable como el material que le sirve de referencia. Lecturas, eso sí, que se ven frenadas por un cierto exceso de grandilocuencia por parte de la voz en off de un Danny Glover tan estupendo en actuación como redundante en sus líneas de diálogo excesivamente explícitas para una historia cuyos matices deben ser fáciles de leer por el público inteligente por debajo de esa cegadora luz blanca que acompaña toda la cinta.
Meirelles no se conforma con plasmar con bastante fortuna el desasosiego narrativo de la obra de Saramago, el de una sociedad que no lo ve todo negro, sino blanco como la leche. Porque de un realizador como él se espera una obra de arte visual. Y eso es lo que más sobresale en su particular forma de entender la novela. El cineasta baña toda la cinta de un blanco lácteo sólo ennegrecido por las secuencias nocturnas y los desvanes oscuros, en un intento por trasladar con éxito al espectador a la condición invidente de sus personajes. Es más, hace un uso inteligente de los sonidos y de la banda sonora para potenciar ese mismo empeño, muy acertado, de lograr una película perceptible más por el oído que por la vista.
Como era de esperar, eso sí, el resultado es irregular si se compara con la novela, pero absolutamente prodigioso como película poseedora de una imaginería audiovisual apabullante, ayudada por un relato suculento y que en su ambiente apocalíptico recuerda mucho a “Hijos de los hombres”, de Alfonso Cuarón. Todo un prodigio luminoso únicamente ensombrecido por la obra de Saramago acerca de la condición del ser humano, de su ceguera tanto actual como histórica ante sus propios errores, condenado a sucumbir al reino de los ciegos. Un reino en el que ni siquiera el que ve es el rey, sino una persona más.
La versión cinematográfica, titulada convenientemente “A ciegas (Blindness)”, parte de de un comienzo absolutamente prodigioso, aquel en el que un conductor queda ciego de repente paralizando el tráfico. Posteriormente, los sucesos se repiten y los casos de ceguera repentina se multiplican, conformando un futuro a sabiendas apocalíptico, un reino de ciegos en el que solo una mujer –la como de costumbre convincente Julianne Moore- puede ver el caos que la rodea fingiendo ser ciega para estar con su marido -genial y comedido Mark Ruffalo-, siendo el de ella el personaje que precisamente más sufre por su condición vidente.
Consciente de la delicadeza del material que tiene entre manos, el director brasileño Fernando Meirelles construye en “A ciegas”, una vez planteado el sobresaliente comienzo, todo un díptico poco complaciente con el espectador que hurga en las miserias humanas, desde el afán de liderazgo que lleva al abuso de poder a la toma de las medidas extremas necesarias para sobrevivir. Es capaz de mostrar, sin ahorrar detalles escabrosos –sobrecogedora la secuencia del intercambio de mujeres por comida-, a lo que es capaz de llegar el ser humano cuando se le priva de algo más que de la vista, de la libertad, en un microcosmos multicultural vigilado por las armas de un gobierno que prefiere contener lo que considera una epidemia a costa de vidas humanas.
No le faltan las lecturas políticas al género de la ciencia-ficción post apocalíptica, en el que posiblemente mejor encaje, pero en esencia se trata de una película tan inclasificable como el material que le sirve de referencia. Lecturas, eso sí, que se ven frenadas por un cierto exceso de grandilocuencia por parte de la voz en off de un Danny Glover tan estupendo en actuación como redundante en sus líneas de diálogo excesivamente explícitas para una historia cuyos matices deben ser fáciles de leer por el público inteligente por debajo de esa cegadora luz blanca que acompaña toda la cinta.
Meirelles no se conforma con plasmar con bastante fortuna el desasosiego narrativo de la obra de Saramago, el de una sociedad que no lo ve todo negro, sino blanco como la leche. Porque de un realizador como él se espera una obra de arte visual. Y eso es lo que más sobresale en su particular forma de entender la novela. El cineasta baña toda la cinta de un blanco lácteo sólo ennegrecido por las secuencias nocturnas y los desvanes oscuros, en un intento por trasladar con éxito al espectador a la condición invidente de sus personajes. Es más, hace un uso inteligente de los sonidos y de la banda sonora para potenciar ese mismo empeño, muy acertado, de lograr una película perceptible más por el oído que por la vista.
Como era de esperar, eso sí, el resultado es irregular si se compara con la novela, pero absolutamente prodigioso como película poseedora de una imaginería audiovisual apabullante, ayudada por un relato suculento y que en su ambiente apocalíptico recuerda mucho a “Hijos de los hombres”, de Alfonso Cuarón. Todo un prodigio luminoso únicamente ensombrecido por la obra de Saramago acerca de la condición del ser humano, de su ceguera tanto actual como histórica ante sus propios errores, condenado a sucumbir al reino de los ciegos. Un reino en el que ni siquiera el que ve es el rey, sino una persona más.
A favor: su poderío audiovisual
En contra: como era de esperar, es inferior a la novela
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