martes, 17 de febrero de 2009

LA CRÍTICA

Slumdog Millionaire ****

Hacía trece años que Danny Boyle no sorprendía tan gratamente. “Trainspotting” fue una película pequeña que acabó convirtiéndose, con el paso de los años, en un fenómeno de culto, en algo grande. Pero que a nadie pille por sorpresa en su nueva película, pues ha venido a confirmar lo que los que hemos seguido fervientemente sus trabajos posteriores sabemos desde los tiempos de “Tumba abierta” o incluso la incomprendida “La playa”. Boyle es un enérgico, inquieto y habilidoso malabarista de la imagen y el sonido, un realizador capaz de insuflar sus obras de vitalidad pese a lo duro de algunos de sus temas.

“Slumdog Millionaire” sigue la estela de su segundo trabajo, y lo mezcla con las dosis de optimismo e inocencia de “Millones”. En “Slumdog Millionaire” asistimos a la historia de Jamal, un joven criado en el duro ambiente suburbano del Mumbai de la década de los 70. La historia comienza planteando una cuestión y cuatro opciones, como bien hubiese ocurrido en el eje conductor de la trama, el concurso televisivo “¿Quién quiere ser millionario?”. Jamal, pese a ser un iletrado, ha conseguido entrar como concursante y llegar a la pregunta final. ¿Pero cómo lo ha hecho? A: Hizo trampa; B: Tuvo suerte; C: Es un genio; D: Está escrito.

La opción A es en la que se sustenta buena parte del film. Los responsables del concurso creen que Jamal es un fraude, y por eso le arrestan y le torturan, dentro de los límites de los derechos humanos, para descubrirlo. Es en la comisaría, frente al comprensivo comisario, donde se repasan una a una las preguntas del concurso y se le pide a Jamal que explique cómo conocía las respuestas. Es entonces cuando el interrogatorio se transforma en flashbacks, uno por respuesta. Cada respuesta de Jamal va acompañada de una razón, y ésta está contenida en su propia experiencia. Sabiendo esto, las opciones A y C quedan descartadas.

A través de las preguntas del concurso veremos la inocencia de Jamal, poco consciente de su propia miseria; la relación con su oscuro hermano, de personalidad opuesta a la suya; su obsesión por Latika, aquella niña a la que ofreció cobijo cuando era pequeña y a la que busca desesperadamente... Todo conduce a pensar que Jamal ha tenido suerte.

Esta película tan pequeña en apariencia como aquel trabajo con el que despuntara hace más de una década esconde una fuerza interior, tal como ocurrió entonces, que va más allá de su mensaje de amor y optimismo. Lo grandioso en “Slumdog Millionaire” es su montaje. Y no solo en el apartado audiovisual, sino en la misma manera de enfocar la historia. Boyle alterna sabiamente la crudeza de algunas situaciones, sin abusar de sentimentalismos baratos, con el sentido del humor desde los ojos de un niño en cuya inocencia radica buena parte del optimismo de la cinta. Gracias a él las situaciones no son tan crudas. Y una vez ha crecido y parece consciente de su lugar en ese mundo, lo paradójico es que no abandona dicho optimismo, sino que el amor que siente por Latika le impulsa a presentarse al concurso, una posible vía de escape de esa vida.

Así, “Slumdog Millionaire” no abandona un solo momento su premisa inicial de canto a la vida en un ambiente difícil. El humanizado personaje de Jamal nos enseña los múltiples caminos que puede seguir la vida, tan variopintos como vías tiene un tren. Finalmente, triunfa el amor en este sincero y emotivo relato al que pueden sobrarles algunos minutos -aunque no acierto a decir dónde- debido a que puede tornarse un poco pesada por su metraje. Boyle nos regala en los créditos finales un musical al más puro estilo Bollywood que ensalza el vivo carácter de una película en la que nada queda al azar, sino que todo está escrito.
A favor: El enérgico montaje, la dirección, la forma de enfocar la historia...
En contra: Puede hacerse algo larga

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