Aires de renovación soplan a la Academia. Desde que el año pasado venciera la cinta de los hermanos Coen, parece que la flecha apunta con fuerza al cine independiente. Y ha vuelto a ocurrir. Una película pequeña ha vencido sobre una grande. “El curioso caso de Benjamin Button” partía como favorita, pero algo hacía presagiar que se iría prácticamente de manos vacías. Ocurrió en los Globos de Oro, luego en los BAFTA, y ahora en los Oscar. “Slumdog Millionaire” avanzaba imbatible en una noche que ha brillado por la previsibilidad en los galardones principales, a excepción de uno, el de actor. Si hace unos años nos preguntábamos cuándo darían la estatuilla a Sean Penn, ahora nos debemos preguntar cuándo será la próxima vez, pues contra todo pronóstico triunfó sobre el favorito, Michey Rourke. Lo demás cumplía con las quinielas. Kate Winslet recibió su primer Oscar, Heath Ledger alargó su sombra hasta alcanzar el premio, y “Wall-E” fue considerada mejor película de animación del año.
Y previsible, aunque igualmente emocionante, fue el Oscar para Pe. La madrileña recogía emocionada la mención como secundaria alternando el inglés y el español. Recordó a todos, profesionales o no, que han pasado por su vida. Brilló con luz propia en la que, desde España, fue su gran noche. Y donde se saltó la Academia el guión, no solo en la categoría de actor, fue en la de película de habla no inglesa, donde ni “La clase” ni “Vals con Bashir” fueron elegidas. En su lugar, Japón se hacía con su Oscar para “Okuribito”.
En cuanto a la gala, Hugo Jackman demostró que aparte de ser el hombre más sexy vivo y un gran intérprete, es un gran anfitrión. Fino en sus comentarios, muy suelto en los números musicales y tan elegante y atractivo como manda su status de sex symbol, fue el artífice de una de las galas más amenas que se recuerdan. Acertada la decisión de la gala de entregar algunos galardones de mano de quintetos de lujo. Para el recuerdo destaco el momento en que Robert de Niro, Ben Kingsley, Anthony Hopkins, Adrien brody y Michael Douglas entregaban el premio a mejor actor a Sean Penn. Y un detalle: el orden de entrega, relegando para el final los premios a los actores y película por encima del de director.
Algunos emocionados (Danny Boyle, merecidísimo mejor director, dando saltitos), otros sorprendidos (Penn, cuya cara de asombro equiparaba a la de Russell Crowe en su momento) y otros tantos inexpresivos (Mickey Rourke, aunque se entiende por qué), el momento estelar fue el premio honorífico a Jerry Lewis, quien fue recibido, cómo no, entre vitoreos y aplausos de una platea puesta en pie para la ocasión. Y el suyo no fue, insisto, el galardón más previsible de una gala, cuyo reparto ha sido justo, aunque Fincher y Howard salieran perdiendo.
Y previsible, aunque igualmente emocionante, fue el Oscar para Pe. La madrileña recogía emocionada la mención como secundaria alternando el inglés y el español. Recordó a todos, profesionales o no, que han pasado por su vida. Brilló con luz propia en la que, desde España, fue su gran noche. Y donde se saltó la Academia el guión, no solo en la categoría de actor, fue en la de película de habla no inglesa, donde ni “La clase” ni “Vals con Bashir” fueron elegidas. En su lugar, Japón se hacía con su Oscar para “Okuribito”.
En cuanto a la gala, Hugo Jackman demostró que aparte de ser el hombre más sexy vivo y un gran intérprete, es un gran anfitrión. Fino en sus comentarios, muy suelto en los números musicales y tan elegante y atractivo como manda su status de sex symbol, fue el artífice de una de las galas más amenas que se recuerdan. Acertada la decisión de la gala de entregar algunos galardones de mano de quintetos de lujo. Para el recuerdo destaco el momento en que Robert de Niro, Ben Kingsley, Anthony Hopkins, Adrien brody y Michael Douglas entregaban el premio a mejor actor a Sean Penn. Y un detalle: el orden de entrega, relegando para el final los premios a los actores y película por encima del de director.
Algunos emocionados (Danny Boyle, merecidísimo mejor director, dando saltitos), otros sorprendidos (Penn, cuya cara de asombro equiparaba a la de Russell Crowe en su momento) y otros tantos inexpresivos (Mickey Rourke, aunque se entiende por qué), el momento estelar fue el premio honorífico a Jerry Lewis, quien fue recibido, cómo no, entre vitoreos y aplausos de una platea puesta en pie para la ocasión. Y el suyo no fue, insisto, el galardón más previsible de una gala, cuyo reparto ha sido justo, aunque Fincher y Howard salieran perdiendo.
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